martes, 23 de abril de 2013

Ahora lo comprendo todo (menos a Sarita Montiel)


Cuenta la leyenda (me la narró uno de los hermanos López Gallo hace más de 40 años) que llegó Carlos Monsiváis a la redacción de México en la Cultura, y soltó (¿a quiénes: Fernando Benítez, Vicente Rojo, Gastón García Cantú, Armando Ayala Anguiano?): acabo de ver la tragedia de María Luján; y ante el silencio de los que lo oyeron, exclamó: si con eso no lloraron, nada los va a conmover.
                El último cuplé tuvo el récord de más semanas en un cine de estreno en México, nada menos que 60 en el cine Arcadia, que estaba en la calle de Balderas, muy cerca de la avenida Juárez. Se estrenó la cinta el 1 de agosto de 1957 y no fue sustituida sino hasta el 31 de octubre de 1958, con Fedra, española como de Juan de Orduña, con Emma Penella, y que duró tres semanas en exhibición.
                Por los mismos días del estreno de El último cuplé también llegaron a las pantallas, entre otras, Cómicos de la legua, con Martha Valdés y Resortes (dos semanas), El gato sin botas, con Germán Valdés y Martha Valdés (dos semanas), Tammy… flor de los pantanos, con Debbie Reynolds y Leslie Nielsen (seis semanas), Vuelo a Hong Kong, con Barbara Rush (una semana, pero en tres cines), La estrella rota, con Howard Duff (una semana), Gigante, con James Dean y Elizabeth Taylor (cuatro semanas, en dos salas grandes [Polanco y Alameda]), Camino del mal, con Ana Luisa Peluffo y Armando Silvestre (cinco semanas; la reseña de Emilio García Riera es divertidísima).
                Algunos años más tarde, en 1969, vi Ulises, que duró una sola semana en el Arcadia, pese a lo curioso del film; ahora que la memoria me pone trampas: ¿la vi, junto a Paco Cabrera y Arturo Luciano, dos forofos de Joyce, en el Arcadia, o confundo ese cine con el Versalles, por el rumbo, pero más hacia la colonia Juárez? No sé si valga la pena el esfuerzo de la concentración para recordar la sala exactamente. Se estrenó en el Arcadia, pero los filmes recorrían un circuito que culminaba, si se estrenaban en el Roble, en el cine Tepeyac, luego de pasar por el Cosmos, el Tacubaya, el Soto y otros, o si era en otros cines, en el de La Villa o el Lindavista. Vi Nevada Smith en el México, en el Cosmos, Soto y en el Tepeyac en semanas consecutivas; la vi en TV varias veces, y ninguna desde que la adquirí en Beta, VHS y DVD (Woodstock, Singin’ in the Rain y Calabacitas tiernas son las otras que las tengo en esos formatos; me falta adquirirlos en Blue Ray) (Por cierto, en el ahora clandestino Teresa vi, en una misma función, Freud y Singin’ in the Rain: curiosidades de los programadores).

Estaba en El último cuplé; no tenía edad para verla, y seguramente no le hubiera entendido; mejor dicho, es seguro que no la hubiera entendido porque, luego de muchos años del prestigio de haber sido la cinta con mayor permanencia en un cine de estreno (rascuachón, pero de estreno) la vi en un reestreno, y dos veces en televisión, y no supe de qué se trata, sólo sé que los gimoteos de Sarita Montiel son fingidos, artificiales, y no conmueven. Visto en retrospectiva, conmovió más el disco, murmurado por la actriz a media voz, un poco melodramática; las canciones tienen un mucho de picardía que insinúan actos sexuales (“Balance,  balance”, “Ven ven”, “Fumando espero”), entrega no narrada (“El relicario”), burla ante la impotencia y frigidez (que luego se quejan de que sus maridos las llames sosas, o las esposas a ellos), y una de ardida que merecería una versión con mariachi (“Tú no eres eso”: y no es que me importe haberte querido, que limosna también se da a un pobre, y tú pobre has sido). En la portada, en primer plano, lo que Juan Marsé llama “los primeros senos del cine nacional [español] que merecieron cierto interés por parte del Sindicato Nacional del Espectáculo”) acentuados por un escote muy provocativo, que fue motivo de una novela de Gonzalo Celorio (Amor propio, acerca del autoerotismo, más audaz pero también más inocente que Puerta del cielo, de Ignacio Solares acerca de la excitación provocada por la imagen de una virgen). No hay trama, unos cuantos pasajes entre una canción y otra. Sólo recuerdo que cuando uno de mis tíos nos visitaba, pedía que le prestáramos el disco, que observaba con placer. También veía con deleite la portada del soundtrack de Cabaret trágico, y auguraba (1958) que un día se inventaría una consola en donde se pusiera el disco y reprodujeran imágenes en la televisión contigua (en efecto, había consolas que tenían en el mismo mueble radio, tocadiscos y televisión, pero cada uno con su función independiente).
                Dos años antes, una cinta francesa, mucho mejor hecha, calificada por Truffaut como el mejor ejemplo de cine negro, Rififi, de Jules Dassin, duró 31 semanas en el cine Del Prado; no hay comparación entre las dos cintas, y aunque el Del Prado y el Arcadia cobraban lo mismo por boleto, cuatro pesos, estaban dedicados a públicos diferentes, pero eso no explica que haya estado catorce o quince meses en cartelera. El récord duro menos de diez años, porque en 1965 se estrenó una cinta que duró cinco semanas más, es decir, 65, en el entonces lejano cine Manacar. Fue The Sound of Music (en la sátira del Mad, The Sound of Money), bautizada como La novicia rebelde, de Robert Wise con Julie Andrews (en España, Sonrisas y lágrimas), recibe la segunda máxima calificación en los libros de Leonard Maltin, tres estrellas y media, mientras que en la enciclopedia de internet Imdb recibe un altísimo 7.9, la misma que Soberbia, la sensacional cinta de Orson Welles (el remake de Arau tiene 5.9, demasiado alta; sólo puede verse por la presencia de una Madelein Stow antes de Revenge).
                En 1968, poco antes del estallido del Movimiento Estudiantil, en la Sala Manuel M. Ponce de Bellas Artes, en una mesa redonda sobre la cursilería, José de la Colina se calificó de cursi cuando descubrió que le gustaba esta cinta; de cualquier manera, 65 semanas son muchas para una cinta así, y más si tomamos en cuenta que cuando se estrenó en México Singin’ in the Rain duró sólo cuatro semanas en el cine Roble (en sus reestrenos en los años sesenta –¿cine México?–y setenta –¿cine Ópera?– duraron bastante, pero no más de dos meses. Años después hubo estrenos más duraderos: Nacidos para perder, Les Valseus… (Estos datos los obtengo de las Carteleras cinematográficas, de María Luisa Amador y Jorge Ayala Blanco, desde luego.)

Es inexplicable que una cinta tan mala, sin argumento, sin ilación, con malos actores (¿es necesario repetir la anécdota de Manolo Calvo, actor de este filme?), haya llamado tanto la atención, haya llevado a tanta gente al cine, sobre todo que el criterio para que permaneciera en cartelera hablaba de más de media sala por función. ¿Fue la presencia de Sarita Montiel?
                Debutó muy joven en España, y muy joven, de veinte años, vino a México, donde hizo varias malas películas; lo curioso es que su prestigio se basó en la belleza (no el tamaño, sino la forma y la firmeza) de sus pechos, y en su mejor actuación en México, el mecánico Pedro Infante le espía las piernas (que no eran bellas; tampoco tenía nalgas, recuerda reiteradamente Juan Marsé) desde el foso de un taller mecánico: “Zapatitos”, la llama, sin poder verle la cara; y cuando se la topa en un camión, la reconoce por los tobillos (Necesito dinero).
                Hay que recordar Se solicitan modelos, no la película, bastante mala, sino la fotografía en donde está en traje de baño, junto a otras actrices; la que más llama la atención es Amparo Arozamena, a la que encasillaron de actriz cómica y nos privaron de ver con más detalle su belleza, que resalta en Juntos pero no revueltos, que ahora pasado el tiempo creo que es la mejor de Jorge Negrete, junto a Dos tipos de cuidado.
                Doy muchas vueltas, pero es que no me explico cuál es el motivo por el que hubo tanto revuelo con el fallecimiento de Sarita, los tumultos para verla en su camino al cementerio, las expresiones de pesar; reviso su filmografía y no encuentro nada más sobresaliente que Veracruz, de Anthony Mann, con quien casó poco después, y Jefe Búfalo Bill, de Sam Fuller; son dos buenos westerns, pero no justifican la fama de Montiel; tampoco entiendo por qué prefirió llamarse Sara y no Sarita, como se le conoció en México. Conmovió a la gente cuando se declaró en dificultades económicas, y más cuando su contador se quejaba de que gastaba varias veces más de lo que obtenía como ingresos.
                No me explico nada: ni la permanencia de El último cuplé, la fama de haber sido la película con mayor permanencia en cartelera, rebasada, como vimos, varias veces, aunque no recordemos las otras sino ésta; la fama aunque no estaba sustentada en su belleza, ni en su calidad histriónica ni en su simpatía (sus papeles menos malos la presentan arrogante, con gesto altivo menospreciando al simpático Pedro Infante, al menos simpático Joaquín Cordero), sumisa hasta que la conquistan y pasa a ser fierecilla domada. 
Conquistó a Anthony Mann (como Begoña Palacios a Sam Peckimpah), y luego se divorció de él para hacer cintas aún más malas.

Ahora lo comprendo todo, debería de decir, si lo comprendiera; salto cuando escucho la frase no en labios de Arturo de Córdova, quien la inmortalizó; la escucho en la voz chillona de Ninón Sevilla, exclamada con sorna cuando Fernando Soler le muestra un tambache de billetes: te corrompiste, tú, el juez justo, o algo así; el atarantamiento viene cuando asocio la frase pronunciada por Viruta, por Agustín Isunza, Pedro Infante, Jorge Negrete, Germán Valdés, José María Linares Rivas, por decenas de actores y por unas cuantas actrices. ¿Ninón Sevilla? Su famosa frase “¿Qué puedo hacer con estas piernas, señor juez?” mientras se levanta la falda para mostrar los muslos, pierde su eficacia cuando pronuncia “ahora lo comprendo todo”, que seguramente es la frase más frecuente del cine mexicano por lo menos hasta los años setenta. El argumento de Sensualidad es de Álvaro Custodio con el director Alberto Gout; pero la pronuncia Arturo de Córdova en todas las cintas cuyo argumento y adaptación es de Edmundo Báez, responsable del argumento, guión, adaptación o diálogos de 90 filmes, entre ellas no Sensualidad, aunque sí otras con Libertad Lamarque, Marga López, Jorge Mistral, Domingo Soler; la más memorable de las escenas con esta frase es de Isla para dos, la peor de todas las que protagonizó De Córdova, o por lo menos la más absurda.
                A partir de ahora recomienzo a ver cine mexicano para recopilar el mayor número posible en las cuales se pronuncie “Ahora lo comprendo todo”; sin embargo, ninguna película mexicana, argentina, cubana, española, lleva ese título.

Muchos cinéfilos niegan serlo o haberlo sido; o si lo asumen lo hacen como pecado, como una losa (pesada, agregan), un martirologio, algo que nos redimirá de nuestras culpas; ¿cómo medir una cinefilia o cinemanía? ¿Por el número de películas vistas? ¿Por la capacidad para intuir cuáles son las buenas? ¿Por la capacidad para aguantar malos filmes? ¿Por la necesidad de ver cine a todas horas, aunque sea en televisión, o en cines de piojito, de postergar un coito –o apresurarlo– para ver una cinta? ¿Por la capacidad pare memorizar escenas, y luego ver sólo fragmentos de una película sólo para volver a ver esa escena memorable, o de aguantar cintas malas por una sola escena? ¿Por el número de veces que puede verse una cinta sin cansarse?
                Hago el recuento de cuantas  películas he visto en las que aparecen Wolf Ruvinsky (unas 97 de las 157 que protagonizó), Carl Hillos (el 85 por ciento de las más de cien en las que dice una frase, o sólo se hace presente), Dolores Camarillo (73 de 127, sólo como actriz, sin contar las veces en que fue la maquillista), 129 de 238 de Emma Roldán (incluidas todas las buenas; su mejor frase, “con tal de chotearle la mercancía al dotorcito”, cuando justifica que Infante vea a Elsa Aguirre en calzones), y 178 de las 272 en las que aparece Hernán Vera, entre ellas, todas en las que aparece de cantinero. Por ello, creo que me gusta el cine. No compito, sin embargo, con Marco Antonio Pulido, quien me recitó la filmografía completa del Indio Calles, en venganza por haberle ganado una trivia sobre el único guión de Antonio Espino. Fue él quien me hizo ver la importancia de la frase “Ahora lo comprendo todo”.

Un cargo más contra las mujeres, no recogido por James Thurber: ¿no es cierto que conducen los autos con la lengua, sobre todo las maniobras difíciles?

No es por presumir, pero cuando me dedicaba a la narrativa, interrumpí un par de novelas cuando descubrí que la trama la usaba algún otro autor; ambas veces, esas novelas eran recientes; en contra mía, puedo decir que son las novelas menos celebradas de esos autores; con satisfacción vi que un autor muy reconocido en todo el mundo de habla hispana utiliza (cierto, en la menos conocida de sus novelas) la misma estructura y la misma solución que yo en mi primera novela, casi diez años después de la mía.
                Ahora encuentro que en un par de sus relatos incluidos en De repente un toquido en la puerta, Etgar Keret usa un argumento acerca de mundos paralelos, y otro sobre la temporalidad de infidelidad sexual, que abordé en mis capítulos de El juego de las sensaciones elementales, mi novela a cuatro dedos, con Gustavo Sainz; más asombrado quedé con el remate de otro cuento, “Abrir el cierre”, con esta frase: “Si hasta le había escrito una canción a ella que había titulado ‘Diosa’ y toda la canción se trataba de cómo tenían sexo en el malecón y de cómo ella se venía como ‘una ola estrellándose contra la roca’, literalmente” (Editorial Sexto Piso, pág. 77, 2012). Mi tercera novela se titula Una ola que se estrella contra las rocas.
Arroz (frase que hizo célebre Mauricio Garcés en Estudio Ponds, en que lo acompañaban Chucho Salinas y Lulú Parga, pero que en el cine mexicano se usaba bastante antes).

Juan Marsé es el escrito más reacio a usar la red para promoverse; hay, sin embargo, una página con su nombre, oficial, con datos biográficos (incompletos, no menciona más que una vez a Joaquina, su esposa y nuestra amiga), con bibliografía incompleta (sin editoriales ni año de edición); la única anécdota y único dato no frío ni impersonal, fue que una vez aceptó asistir a un coctel (es también reacio a las relaciones sociales, bastante arisco) porque iban a presentarle a Yves Montand; y fue porque al estrechar la mano del actor iba a estar más cerca que nunca de tocar las partes pudendas de Marilyn Monroe. Uno de mis amigos más cercanos, de los mejores escritores, tío de mis hijos, alguna vez nos contó a Isabel Fraire y a mí que había estrechado la mano de un escritor estadounidense porque sería como tocar, a trasmano, el trasero de una famosa primera dama de Estados Unidos. Omitió el nombre del escritor, no el de la ex primera dama.

Circula un video en youtube, una escena suprimida por Richard Lester en Superman II; una mujer rueda por la azotea de El Planeta y cae al vacío; Kent, a gran velocidad se despoja del traje de reportero; por el remolino que provoca se le sube la falda a una reportera y muestra las tarzaneras (de aquella época: bikini, no tanga ni “G”); ya en la calle, desvía la caída de la mujer, a la que también se le atisban las panties; Stanley Donen hizo que se repitiera toda la coreografía de “Broadway Melody” en Singin’ in the Rain porque, al terminar de rodarla, los técnicos advirtieron que en el traje que usa Cyd Charisse se notaba su vello púbico; antes de que se hiciera público, aunque sólo para unos cuantos fijados, prefirió volver a filmarla, sin omitir el erotismo del baile, sobre todo cuando levanta la pierna para regresar el sombrero al azorado Gene Kelly.

Y acerca de los errores frecuentes en los diarios, me pregunta José de la Colina qué pienso de “sector automotriz”, “el concierto inicia” y el uso de “evento” como sinónimo de fiesta, conferencia, acto. Le reviro: ¿y de “que no se vuelva a repetir”, que se usa a diario? Y de "la primera vez que lo conoció"?

lunes, 8 de abril de 2013

Lo que es el lenguaje, lo que son las mujeres libres de Donen, lo que es la corrección política


Carlos Monsiváis logró ponerle fecha a la invención de la ola, originada en un estadio de futbol americano colegial, en Texas, aunque muchos creen que fue en México, durante el Campeonato Mundial de 1986; cierto, aquí se popularizó, aunque se haya tomado de otros ámbitos. Es más difícil, en cambio, saber dónde se dijo por primera vez “lo que es”; oí la frase, aturdido, a los reporteros de los programas televisivos, que andan observando el tránsito citadino: “vemos un embotellamiento en lo que es el Paseo de la Reforma”. Es harto conocido que los reporteros redactan, o teclean (que no escriben) con lugares comunes, y que lo hacen de manera mecánica, o automática, sin enterarse siquiera de lo que ponen por escrito, ni mucho menos cuando recitan para pasar al aire: aun en los mejores diarios caen en inconsistencias gramaticales: “pasó su primer noche en la cárcel”, sin importar que “primer” sea masculino y “noche” femenino (y “su primer victoria”, y otras muchas) o lo hacen con cacofonías (“se prepara para”) o con redundancias (“¿cuáles son sus planes para el futuro”, “llegó sin previa cita”, “la primera vez que lo conocí”). (Un político, para justificar los ataques que lanzaba contra un rival, sentenció: “él empezó primero”.)
                El problema es que “lo que es” trascendió rápido: fui a comprar unas revistas de música, y el vendedor, muy atento, me obsequió una tarjeta para piratear legalmente diez melodías, las que escogiera (no importa que sea en detrimento de la calidad, muchos ya no compran discos, y en su lugar los descargan de internet); muy amable me la entregó: le doy lo que es esta tarjeta para que baje (así lo dijo) lo que son diez canciones. Todos los vendedores, los que prestan servicios, los meseros, cuando explican su oferta, espetan “lo que es”. Sé que no debería de enojarme, que sería mejor que me divirtiera, pero me molesta tanto la muletilla como otras no menos absurdas, como “mensajear” o “textear” (los académicos, pobres, intentan tranquilizar su conciencia al pedir que se escriba “tuitear” en vez de tweetear”), aunque sé que éstas pasarán de moda, como aquellos “Nova renova el placer de fumar” o “alturízate” de los años sesenta, o el “sanforizado” de los cincuenta, palabras que desaparecieron al suprimirse los productos (los cigarros Nova, los zapatos Canadá con chicos taconzotes, o la ropa que no encogía al lavarse por primera vez); pasarán como pasaron “presupuestar” aunque la Real Academia lo haya admitido cuando nadie lo usaba, o “planificar” cuando dejaron de dar lata los tecnócratas en las secretarías de gobierno, términos que ya no usan ni siquiera los burócratas.

Esos errores no son propiedad de los reporteros de radio y televisión, aunque ellos los hayan popularizado; muchos aspirantes a escritores redactan con tanto descuido, que en una novela reciente, una autora que se cree audaz hace que su protagonista dé el paso decisivo para terminar una relación, empaque su bistec con todo y refrigerador; en su mochila empaca jeans, dos shorts, cinco playeras, un vestido y unas sandalias de plástico. Traje de baño no tiene; se lo comprará a algún vendedor ambulante de la playa. Cepillo de dientes, pasta, un pequeño espejo y un rímel de aceite que de tan espeso logra mantener en su lugar a las pestañas.
                No especifica si el cepillo de dientes, el pequeño espejo y el rímel (que mantiene en su lugar a las pestañas, así dice) se lo va a comprar al mismo vendedor ambulante, a otro en la misma playa, o en una tienda, o si también los lleva en su mochila. Pero es de hacer notar que no empaca calzones; una de dos: o usará a diario los mismos que lleva puestos, o no usa. Descuidada ella, y descuidado su editor que no se asombró de la falta de higiene de la protagonista.
                Otro autor, novel pese a sus muchos libros, hace hablar a sus personajes de la corte de Odín como si fueran burócratas mexicanos: “¿Asunto?”, pregunta Heimdal, ese San Pedro escandinavo, a un viajero que lleva presentes a Odín; y ante la respuesta, vuelve a preguntar: “¿Y?”, y uno lo imagina abriendo un cajón para que allí le deje su cuota.
                Lo de combinar femenino con masculino está muy extendido: la doctor, la arquitecto, la licenciado, la actor, la emperador; y además insisten. Por otro lado, la aceptación de “modisto” traerá como consecuencia hablar de dentistos, futbolistos, novelistos, ensayistos.

En Indiscreción, Stanley Donen hace alarde de una audacia poco frecuente, pero presentada con una elegancia desarmante: para ligarse a Ingrid Bergman, Cary Grant se hace pasar por casado en busca de una aventura, aunque es tan soltero como en todas sus actuaciones, aunque esté casado (como en Arsénico y encaje, casado pero sin estrenarse, y sin poder conseguirlo por culpa de sus tías adorables, pero tan asesinas como su primo reencarnación del monstruo de Frankenstein, y del médico que lo dejó así, el casi mítico Peter Lorre). Diplomático, elegante, se codea con una sociedad que lo respeta, aunque a ella la admira; pero la petición de matrimonio es impensable, por lo que debe fingir infidelidad; al estilo de las cintas de Fred Astaire, la solución es enredada, llena de sobreentendidos y de aclaraciones innecesarias. No hace falta un baile para coronar la trama, sólo que ella debe olvidarse de la aventura, del adulterio tan emocionante, y conformarse con un matrimonio común y corriente. Los papeles de adúlteras lo interpretan actrices de gesto altanero (o resignado, en el cine mexicano, víctimas del engaño del hombre que se aprovecha de su inocencia), desafiante, que se enfrenta a los rumores y las maledicencias, al deseo de otros que piensan que si con un casado, puede hacerlo con cualquier casado. La refinada e inteligente Bergman acepta su derrota, no sin antes mostrarse indignada por el engaño.

¿Cuál es el defecto mayor de Opus 94? El mismo de El Fonógrafo y de Radio Universal: su programación es para amantes del pasado, de las obras muy conocidas, y muy poco de la música contemporánea; piensan que lo más nuevo es Stravinsky y Shostakovich, y muy de vez en cuando aparece Milhaud, y sólo para irritar a los más conservadores.
                No es que tenga malos programas; las intervenciones de Jorge Córdova, por ejemplo, son amenas e informativas, pero no todos son así; las rúbricas de los programas son solemnes y auguran tedio; un programa como La otra versión es interesante, pero no explícito, porque aunque dejan escuchar fragmentos diferentes de una misma pieza, no hay explicaciones de en qué consisten esas diferencias. En los demás programas la música es elegida al azar, o por cuestiones anecdóticas: aniversarios, fallecimientos, pero nada que las hile. Al transmitir una pieza informan de cuál se trata, del compositor, la orquesta y el director y solista, o si el concertista toca solo. No dicen de cuándo es la versión, qué marca la grabó, y cuáles sus cualidades y defectos. Estas explicaciones existen en las transmisiones de las óperas en vivo, pero como los intermedios son muy largos, las explicaciones distraen, y tienen el defecto de que platican el argumento, no las cualidades de los cantantes.
                Hay ofensas; en donde se comentan los programas de la semana, al hablar por ejemplo del concierto de una pianista poco conocida, para ilustrar la obra ponen la versión de Van Cliburn o de Rubinstein o de Arrau.
                Los locutores a veces interrumpen un concierto, como el público que aplaude en el intermedio entre dos movimientos. Se supone que los conocedores aplauden 20 o 30 segundos después de que termina el concierto, pero por lo regular en México, con obras muy conocidas (digamos Huapango) empiezan la ovación antes de que termine la ejecución, como si estuvieran en el festival OTI, donde hacen creer que ya acabó para seguir tocando y que los aplausos se prolonguen, a ver si así apantallan a los jurados, tan ignorantes como el público (por lo regular). En esto también se parecen al Fonógrafo y a Radio Universal: terminan antes que la pieza. Muchos de los comentarios son impertinentes, aunque no dejen de divertir algunos de ellos, como la locutora que ofrece pases dobles para que los afortunados que los obtengan “vayan acompañados por la persona que más quieran, o con alguien de su familia”.
                Frente a la programación de Radio Universidad, Opus se queda muy por abajo, muy conservadora. Pero en ninguna de las dos programan las novedades de, por ejemplo, Jensen, Kopatchinskaya o Hennin (por hablar de las más apantallantes). Si uno trata de orientarse con ellos, no hay manera de estar al día ni en estrenos, grabaciones nuevas de piezas célebres, más que por medio de publicaciones extranjeras, poco accesibles (por culpa de las aduanas o de la distribuidora); y como llegan muy pocos ejemplares a Mixup, uno debe conformarse con la siempre insegura Amazon.com.

Para retomar el tema de lo que es el lenguaje, acaban de amenazar con no sé qué castigos si se usan ciertas palabras que ofendan la condición erótica de una persona que elija la heterodoxia; discriminan a las mujeres que eligen la promiscuidad como forma de diversión o de desafío social; lo que no dice la Suprema Corte de Justicia qué se hace en el caso de las obras literarias donde se difama o se calumnia a ciertos personajes: la retroactividad se aplica si beneficia a los perjudicados: ¿qué va a pasar con ciertos personajes de Alberto Rojas, de Luis de Alba, o incluso de Arturo Martínez, que en una cinta hace de amanerado, de manera muy divertida?; Guillermo Rivas, al hacer de afeminado, se salía del cliché y hacía un papel muy divertido al lado de Manuel Valdés y de Héctor Lechuga. ¿Qué va a pasar con ¿Qué te ha dado esa mujer? y sus personajes equívocos? Por suerte, Jaime Labastida salió en defensa del lenguaje y atacó esas medidas de la SCJ. Ojalá actúe así en otros casos de corrección política y se habla de “capacidades diferentes” (que todos tenemos) o de minusválidos o discapacitados al hablar de inválidos, o de personas menudas al referirse a nosotros los chaparros, o de tercera edad al referirse a los ancianos.
                Es de dudarse, porque ya el gobierno del DF ordenó retirar los saleros en restaurantes, fondas, taquerías;  ¿y donde cocinan sin sal y el platillo es insípido [¿nos ordenarán decir insaboro, para que entiendan los que no entienden?]? Ya tenemos quien nos cuide, nos regañe si fumamos, si tomamos un poco más de los seis gramos de sal diarios necesarios en el organismo, quien nos vigile si expresamos dudas sobre la conducta de un vecino, y quien defienda a los que infringen leyes y reglamentos. En uno de los aciertos, pocos, de facebook, leí esta frase: dictadura es que lo que no está prohibido, es obligatorio. Quién dijera que lo viviríamos en el gobierno de un partido que siempre proclamó respeto a las libertades. Un consejo: que nos obliguen a usar sombreros o boinas para así disminuir las posibilidades del cáncer.

¡Qué bonita es la venganza cuando Dios nos la concede! Ocho años después la razón me dio la razón.

Y además, frente a la ignorancia y la indiferencia, el reconocimiento internacional: verme citado por un escritor extranjero al que no lo mueve ni la amistad ni la simpatía, es preferible a los ataques movidos por la antipatía y el rencor.

En uno de sus escasos errores en su Diccionario de Incorrecciones, Fernando Corripio aconseja que no se use “forofo”, que es un vulgarismo, que es mejor “fanático”; pero el fanático es alguien que se apasiona, que no razona y que adora sin asomo de crítica; Seco dice que los marxistas, que se guían más por el sentimiento que por el raciocinio, son unos fanáticos. Pero en mi Salón de la Fama hay muchos a los que admiro sin dejar de observar sus defectos; por ejemplo, la falta de velocidad de Ted Williams, el fildeo irregular de Lou Gehrigh, el bateo deficiente de Sandy Koufax o el descontrol de Walter Johnson, o el fildeo de Jorge Orta en la segunda base o la indisciplina de Vinicio Castilla, por no hablar de escritores, pintores, cineastas, críticos y músicos a los que admiro pero con el raciocinio y no con la pasión (el cerebro y no el corazón, como dice con tanta inexactitud Manuel Seco). Mi admiración no es de fanático, mucho menos de fan, gringuismo que la Academia no combate (tampoco el más explícito de fans: “yo soy tu fans”, dice un personaje televisivo). Me niego a aceptar el de “hincha”, sólo aceptable al hablar de los aficionados al futbol argentino, así que adopto el de forofo, y me niego a aceptar que todo aficionado a los deportes sea un irracional, un fanático.

Casi todos los días, en la incipiente temporada de beisbol, hay tres blanqueadas. Los expertos dudaban que Luis Cruz tuviera el mismo éxito que en 2012; al momento, va de 17-0; que no se apure: Willie Mays comenzó su carrera con un 15-0, luego pegó un jonrón nada menos que a Warren Spanh, y luego tuvo otros diez turnos en blanco; allí comenzó la racha que lo llevó al Salón de la Fama.