domingo, 24 de junio de 2012

Directores y erotismo: más de Howard Hawks y Wilder

Aunque dirigió varios melodramas, y algunas cintas francamente dramáticas, Howard Hawks hace que sus héroes, rudos y valientes, o sabios y aparentemente interesados sólo en sus actividades específicas, caigan rendidos ante mujeres cuya mayor cualidad aparente es la vitalidad, aunque en realidad son inteligentes que si bien no se avergüenzan de serlo, no gustan de presumirlo. En Bola de fuego, la aparentemente frívola Barbara Stanwyck, novia de un gánster harto simpático, conquista a ocho sabios (de diferentes materias) y los inmiscuye en sus problemas; por ella su intelectualidad se vuelve heroísmo y audacia, e incluso están dispuestos a cualquier sacrificio por ella; el por lo regular frío e insensible Gary Cooper se vuelve intrépido y se enfrenta a oponentes más diestros en el boxeo; gracias a ello, Stanwyck ya no duda en quedarse con él en vez de con Dana Andrews (García Riera en su libro sobre Howard Hawks insinúa que vence a Cooper como actor, y tiene razón); a su vez, los otros siete sabios (en geografía, en filología, en otras ciencias) vencen a los gánsters con inteligencia en vez de usar una fuerza de la que carecen. En The Big Sleep Lauren Bacall hace una villana extraordinaria que en muchas escenas hace tambalear al rudo Humphrey Bogart, en la versión cinematográfica de una de las mejores novelas de Raymond Chandler; Bogart, aunque es el mejor Philip Marlowe del cine, Bacall es el mejor personaje femenino de Chandler en el cine; la sensualidad que derrocha, impropia para la edad que tenía en la vida real, es de lo mejor de la cinta (nada qué ver, pero se cuenta que Hawks y William Faulkner, quienes trabajaron en el guión, se atoraron en una de las escenas: no entendían cómo la había resuelto Chandler, y decidieron escribirle preguntándole cómo debían escribirla; Chandler respondió que no había releído su libro y pidió unos días; cuando al fin contestó, confesó que no le había entendido, y los dejaba en libertad de escribirla como les pareciera; en otro lado, Faulkner contó una muy divertida historia de cómo lo habían contratado y despedido sin haber escrito una sola línea de una cinta que iba a ser dirigida por Hawks). En una de las comedias más divertidas de Hawks, His Girl Friday, Rosalind Russell reta a su arisco jefe Cary Grant, quien no acepta su renuncia al diario que él dirige, ni que se divorcien; entre ambos se burlan de Ralph Bellamy (aspirante a nuevo marido de Russell), y finalmente viven una aventura vertiginosa en la que tiene que ver un erotismo escondido, pero que se hace presente en varias ocasiones; Hawks se toma muy en serio el acto sexual, y sabe que es mejor mientras más divertido resulte; así, hace que el espectador se imagine escenas que no ve, pero que son tan reales que al final Russell decide no divorciarse de Grant y regresar con él, aunque tampoco renuncia a su independencia ni a su libertad. Y aunque The Outlaw no es estrictamente de Hawks (la firma, no se sabe si fraudulentamente, el productor y millonario Howard Hughes), en ella aparece una de las figuras más espectaculares de la historia del cine, el escote (sin nada debajo) de Jane Russell; García Riera supone que Hawks era más fino, pero cuando se descuidaba, dejaba ver, aunque fuera por instantes, la sensualidad de sus estrellas, como lo hace en The Ransom of the Red Chief, en una escena que ya he narrado y que no llamó la atención de los críticos: Fred Allen y Oscar Levant buscan una dirección en un pueblo semicivilizado; se detienen ante una casa y salen a orientarlos todos los habitantes, mayores y menores, y súbitamente surge una mujer joven, con la misma animalidad que Russell; nada dice, sólo se detiene en el quicio de la puerta, y llama la atención de todos; los familiares, con voz seca, le ordenan que vuelva a entrar a la casa; por desgracia no he encontrado el nombre de la actriz que se robaría el corto (20 minutos), si no fuera por la anécdota casi inverosímil, y por la presencia de Lee Arker y de Kathleen Freeman (la maestra de dicción de Lina Lamont en Singin’ in the Rain). Una de sus obras más significativas es El deporte favorito del hombre; aunque no está a la altura de sus grandes comedias, utiliza muchos de los elementos de algunas de sus mejores películas: Paula Prentiss habla sin parar como Katherine Hepburn cuando está aturdida, con lo cual aturde a Rock Hudson (quien hace una copia pálida y sobreactuada de Cary Grant); a Maria Perschy se le baja el cierre del vestido y deja ver las pantaletas (aunque por arriba) blanquísimas, y la espalda desnuda y bien formada (estaba de moda en esos principios de los años sesenta, tal vez por la espalda de Kim Novak, de Doris Day y en México de Silvia Pinal); Hudson la tapa de la misma manera, y caminan igual, que Grant y Hepburn en Domando al bebé, sólo que tienen un final diferente, porque se atora la corbata de Hudson en el cierre del vestido de Perschy, y lo descubre su prometida Charlene Holt; pero la escena es tan vertiginosa que no da lugar al erotismo, aunque sí a la contemplación, así sea momentánea, de la espalda y las tarzaneras de Perschy. Aunque en esa época Prentiss se ganó por esa cinta la fama de poseer las piernas más hermosas de Hollywood, y las exhibe de manera generosa (en shorts y en una falda cortísima con la que está a punto de mostrar las pantaletas) en varias ocasiones, la escena más audaz está a cargo de Holt, quien aparece de pie, con negligé que deja traslucir un brasier insinuante, y unas pantaletas nada breves, pero sí sus piernas largas y esbeltas, como le gustaban a Hawks, en una pose que imitaba la de Angie Dickinson en Río Bravo y que repitió Holt en El Dorado. Pero el tema que más repite es el del beso; Lauren Bacall le dice a Bogart, en Tener y no tener, que “es mejor cuando lo hacen los dos (besarse)”, en respuesta a un beso insípido de él; Dickinson le reprocha a John Wayne “es mucho mejor cuando no lo hace una sola” (antes él no había respondido); en El Dorado, Holt dice una variante de la frase de Dickinson (observaciones, en las dos primeras, de G. Caín); Prentiss primero besa a Hudson, pero él, inconsciente, no lo siente; luego él le da un beso rápido, y aunque a ella la conmociona, él lo hace sin ganas, por salir del paso; el tercer beso (como en El Mil Amores) es definitivo; ella queda trastornada y niega haber sentido placer, aunque al final ruega que vuelva a besarla. Resulta que sí hay un par de desnudos en una película de Hitchcock: en Frenesí se ven los pezones de Barbara Leight-Hunt, y pechos y nalgas de Anna Massey, pero dicen los expertos que, además de fugaces, los desnudos son de dos dobles (también muy apreciables, pero anónimas). Hitchcock le cuenta a François Truffaut en las largas y exhaustivas entrevistas que sostuvieron, que un amigo suyo puso en su buró o mesa de noche una libreta y un lápiz para apuntar un posible argumento que hubiera soñado, luego de tantos que no lograba recordar al despertar, y que sentía que eran mejores que los que se le ocurrían despierto y lúcido; una noche soñó una buena historia, se despertó, y apuntó su sueño; volvió a dormir, tranquilo y satisfecho, sólo que al despertar, ávido de leer lo que había escrito, se encontró con estas palabras: “boy meet a girl”. Ese amigo, del que delicadamente Hitchcock oculta el nombre, fue Billy Wilder, otro director subyugado por la belleza femenina: en primer lugar, es autor de una de las escenas más memorables de Marilyn Monroe, en La comezón del séptimo año (La tentación vive arriba, dicen los Camacho y Menchaca españoles) cuando sale del cine con Tom Ewell, y parada sobre las rejillas del Metro, el viento sube su vestido; en Los Ángeles, dos Marilyn postizas usan un vestido blanco y pantaletas “grannies” del mismo modelo de las de Marilyn, aunque en la cinta nunca las muestra, pero hay decenas de fotografías donde sí se le ven (en la contraportada de la autobiografía de Wilder –Grijalbo, 1993—, Wilder admira las piernas de Monroe, pero ella detiene el vuelo del vestido, con lo que no se le ven las pantaletas, pero sí el principio de los glúteos); aprovechó la sensualidad de Monroe para varias escenas de gran picardía en Una Eva y dos Adanes (Algunos prefieren quemarse, mala traducción de G. Caín a Someone Like it Hot; aunque, peor, en España le dicen Con faldas y a lo loco), cuando suponiendo mujeres a Tony Curtis y a Jack Lemon, comparte cama con ellos, y se mueve de una manera no provocativa, porque no intenta provocarlos, pero deja ansiosos a los espectadores. En ambas Monroe se muestra simpática y desenvuelta y con una sensualidad natural y desarmante; Ewell, de quien la esposa se burla porque considera que no atrae a ninguna mujer, la conquista, sin seducirla, sin tener que fingir hazañas o cualidades que no tiene, sólo con amabilidad y plática amena; aunque sueña con tenerla, se conforma con pasearla, mantenerla contenta, y sólo debe resistir lo tentadora que es; en la segunda Curtis intenta conquistarla imitando a Cary Grant, pero ella prefiere también lo natural y no lo extravagante como podría pensarse dada la sensualidad que derrama en cada movimiento, en su tono de voz, en su versión de “I Wanna Be Loved by You” (con lo que disimula su carencia de entonación); esa sensualidad está contrastada con la comicidad de Joe Brown y de Lemon, quienes al final se llevan la película con las frases “I’m a man” y “Nobody’s perfect”. Con todo, no son las cintas donde hay más sensualidad; sin ocuparnos de todas sus cintas, y sin seguir un hilo cronológico, hay que destacar El apartamento y Kiss me, Stupid; en la primera Jack Lemon es explotado sobre todo por su jefe Fred McMurray, a quien debe prestar su departamento, en vista de su soltería y falta de conquistas y de compromisos, para que el patrón lleve a sus jóvenes amantes a refocilarse con ellas; una, interpretada por una muy joven y fresca Sherley MacLein, al sentirse utilizada por McMurray, intenta suicidarse; él ni siquiera se da cuenta, pero Lemon la salva y la rescata; pese a que por la época no se permitían situaciones que se daban en la vida real, Wilder no castiga a MacLein, aunque no es virgen y aunque ha sido amante de un conocido de Lemon, él la acoge, no le reprocha su pasado muy presente, ni la atosiga con reproches ni tiene intenciones de atormentarla con preguntas impertinentes (“¿y cómo era él, y en qué lugar se enamoró de ti?”, ni mucho menos “¿era mejor que yo?”); aparentemente el tema es la insubordinación de un apocado que se doblega ante sus superiores, pero queda más de manifiesto la libertad sexual, el amor desinteresado, y la ética y la moralidad; una frase de MacLein es memorable: “no hay que maquillarse si se sale –coge— con un casado”. El final sugiere un giro: ante las dudas de Lemon, MacLein toma la iniciativa y recupera su sexualidad rendida y apagada por la dominación bajo Murray: “Cállate y sube” (al departamento, y ya se sabe a qué). Kiss me, Stupid es un alegato contra la dominación masculina y contra los prejuicios sexuales; si en The Apartament la heroína no es virgen y aun así es aceptada, en Kiss me, Stupid no sólo se acepta, sino que se justifica el adulterio; el provinciano Ray Walton, fanático de Beethoven, quiere aprovechar la visita del famoso cantante Dean Martin para dar a conocer sus canciones; la peinadora-piruja Kim Novak anhela juntar una cantidad ridícula pero fuera de su alcance por sus bajos salarios, para irse del pueblo y montar un negocio honesto; Martin desea acostarse con la esposa de Walton, Felicia Farr de belleza discreta pero indudable; pudiera parecer que el tema es la moral flexible de Walton, quien no se detiene en ofrecer la esposa a Martin con tal de que éste escuche su música, y Novak, que aunque piruja tiene un sentido de la moral más noble y recto que el ofrecido Walton y el conquistador oportunista Martin; al final Martin, casi por casualidad, da a conocer la música de Walton, éste se hace famoso y ayuda a que Novak deje su vida de perdición y se vaya del pueblo a retomar su vida, y Farr, que en una escena muestra de manera casual las pantaletas, se acuesta con Martin, ni como venganza por la infidelidad de Walton, ni rendida ante el acoso de Martin, sino por puro placer; la cinta es de 1964, y asombra que no haya en ella moraleja, que la infidelidad de Farr no incida en su matrimonio ni sea juzgada por Martin (cuyos acostones no son ni siquiera por placer) o por Walton ni por el el guión ni por el director ni que éste deje espacio para que espectador juzgue a Farr ni a Wilder ni a Novak, cuando mucho a Martin y a Walton (quien tiene una actuación excelente, como casi todas las suyas, aunque por desgracia sea más recordado por Mi marciano favorito que por sus muchas cintas de calidad). Pero falta hablar mucho de varias cintas de Wilder, quien no tiene la merecida fama de erotómano que tienen otros directores de menor calidad y que más que eso, son obsesivos y obscenos. Como por ejemplo A Foreign Affair, que tiene uno de los mejores y más sugerentes finales de todo el cine que trate de guerras. *Luego de otro juego perfecto y de otro sin hit, ha habido tres juegos de un hit; en la semana hubo un día con cinco blanqueadas y cinco juegos que terminaron 2-1; según Diego, las Ligas Mayores no necesitaron elevar el montículo ni usan pelotas más pesadas y menos vivas (de hecho, hace poco un bateador conectó un jonrón aunque al batear soltó el bat); sólo ha habido mayor control en la vigilancia de atletas que ingieren esteroides o estimulantes. Y aquello de que el que la hace la paga parecer ser cierto sólo en ciertos programas televisivos, porque Roger Clemens fue exonerado (no ”inocente“, más bien “no culpable”) de las acusaciones de haber mentido al Senado cuando juró que no sabía que le inyectaban (a él y a su mujer) sustancias prohibidas que le ayudaron a sanar de lesiones y al mismo tiempo le dieron ventajas sobre otros competidores. El gobierno careció de argumentos para demostrar que sabía lo que le ponían y que aun así lo negó. Quedó libre de esos cargos. Lo que sin embargo quedó demostrado es que le inyectaron los estimulantes. Por el momento queda anulada la posibilidad de que ingrese al Salón de la Fama, aunque dijo, en momentos más apremiantes, que dicho Salón le importaba un carajo (traducción libre). *Por fin terminó Esposas audaces que nada tenían de desesperadas; termina con ello el mal ejemplo que daban sus personajes acerca de la hipocresía, el oportunismo, la sexualidad como arma y, peor, como chantaje; sobre todo, la tiranía de la fodonguez o de la chorcha y la curiosidad malsana; también, el mal ejemplo de que no importa qué tan malas sean las actuaciones: basta con enseñar y con insinuar que para triunfar (en la serie y en la vida) basta combinar la ropa interior. *Persiste el mal ejemplo: no hay que portarse bien, sólo convencer a los inocentes de que se es inocente. *Nada tiene que ver, pero qué bonita es la venganza cuando Dios nos la concede; yo sabía que en la revancha los tenía que hacer perder.

sábado, 16 de junio de 2012

Los directores y el erotismo: Hitchcock y Hawks

Dicen los cinéfilos que es mucho más excitante una mujer vestida que una desnuda, o que el erotismo está bajo las faldas, no sin ellas; los cineastas, muchos de los mejores, se pasaron la vida demostrando que esas aseveraciones son ciertas. Varios cinéfilos rindieron culto a actrices (de los actores sensuales que hablen otros) a las que los espectadores no le encontraban atractivo; ante la afirmación de que Audrey Hepburn era demasiado delgada, Juan José Utrilla hacía ver que tenía unos muslos nada delgados y sí rotundos y bellos; a su casi tocaya Katherine Hepburn la tachaban de fea, pero Howard Hawks destacó su belleza al combinarla con su simpatía y su vigor incansables, y George Stevens, George Cuckor, Sidney Lumet, Stanley Kramer y otros resaltaron su elegancia y su inteligencia, elementos más eróticos que la voluptuosidad. Muchos directores evidenciaron la sensualidad de algunas actrices hasta hacer que el espectador la advirtiera, sin necesidad de que expusieran su cuerpo, y si lo hacían, era con pudor pero también con picardía. Se sabe que Alfred Hitchcock era fanático de las mujeres, y por la frecuencia con que aparecían en sus cintas, que le gustaban las rubias delgadas, elegantes y distantes. Afirman que se enamoraba de sus protagonistas (aunque no sostenía romances con ellas) y que las protegía en tomas audaces; en su larga filmografía no se atrevió a mostrarlas en ropa íntima más que en dos de sus películas, entre las más célebres, por cierto. En La ventana indiscreta observa a Georgine Darcy hacer gimnasia en sostén y pantaletas, en una escena muy breve pero no desprovista de humor, y en The Lady Vanishes, cuando la muy joven y pícara Margaret Lockwood se baja de una litera en el tren donde sucede toda la acción, se alcanza a ver su pantaleta blanca (está vestida con un camisón corto); es tan breve la escena que sólo se confirma con las nuevas tecnologías, cuando se puede congelar la acción. Trabajó con infinidad de actrices muy bellas, y a todas las hizo ver muy sensuales; existe la anécdota de que cuando filmaban Náufragos, técnicos y visitantes se asomaban a ver el trabajo de Tallulah Bankhead, entonces de esplendorosos 42 años, que mucho antes de Marilyn Monroe gustaba de no usar ropa interior; aunque las escenas se prestaban a mostrar las piernas tanto de ella como de Mary Anderson, Hitchcock las cuidó muchísimo, pero el espectador advierte la atmósfera de erotismo insinuada por el naufragio y la convivencia de los personajes. Una de las actrices más bellas de la época, y de muchas épocas, Kim Novak, interpreta su papel más atrevido, pero no en términos de atracción sexual, sino de perversión y de maldad, en Vértigo (De entre los muertos, dice García Riera); en realidad, los personajes masculinos se meten en problemas, son acusados de crímenes que no cometieron, y son atrapados (o se escapan apenas) a causa de las mujeres; pero no son víctimas, van gustosos hacia ellas; en el caso de Vértigo, James Stewart, quien sufre de acrofobia, se ve en una situación mortal a causa de la mirada de Novak. Ella, quien hizo varias cintas notables (El hombre del brazo de oro, Me enamoré de una bruja, Servidumbre humana, Kiss me, Stupid), nunca se vio tan sensual como en Vértigo (y casi, en Kiss me, Stupid, bajo el mando de otro erotómano, Billy Wilder, y en Molly Flanders); es enigmática, misteriosa, y presagia peligros insalvables. Otra rubia, Grace Kelly, es la protagonista de To Catch a Thief, y Cary Grant, pudiendo salvarse, casi cae en las garras de la justicia nomás por ir a verla; y aunque se besan, la escena parece más la promesa que el hecho mismo. Ya en Vértigo Novak y Stewart se dieron un beso apasionado, y eso que no permitía la censura en esos gloriosos e ingeniosos años cincuenta, que los besos duraran mucho, ni que se dieran con los labios abiertos. Aunque para besos, el que se dan en Notorious Cary Grant e Ingrid Bergman, que para muchos fue el más largo de la historia del cine, hasta esos momentos. Pese a que un teléfono timbra, ellos caminan hacia el teléfono sin dejar de besarse. La descripción de cómo se filmó la escena está en el libro de Guillermo del Toro, Alfred Hitchcock, de donde he tomado los nombres de los actores, pero no el espíritu de la obra: me gusta más el cine de Hitchcock que a Del Toro. En Los pájaros, Hitchcock fue muy cuidadoso en varias escenas; en una, Suzanne Pleshette, atacada por las aves, está tirada en la calle, muerta; Rod Taylor, con todo y su pachorrudez y su pazguatez, va hacia ella y le tapa las piernas descubiertas cuando se le levantó la falda en la caída; su rival de amores, Tippi Hedred, pide que le cierren los ojos; tamaña delicadeza no está divorciada del erotismo que ronda en toda la película; y al final, cuando Hedren está ida, perturbada, cuidan que no muestre las piernas, muy bellas, y que atisba Sean Connery, sin lograr verla del todo, en la siguiente cinta de Hitchock, Marnie (es una ladrona, como la titularon en México Menchaca y Camacho). Aún más: en Psicosis tiene lugar una de las escenas más célebres de la historia del cine: el asesinato de Janet Leight en la regadera, a cuchilladas; se sabe que, aunque el espectador no la ve, la actriz estaba desnuda; de haber disfrazado ese desnudo no sería tan impactante ni se sentiría la impotencia para defenderse del ataque. Fue ése el único desnudo en la muy amplia filmografía de Alfred Hitchcock, y no se ve nada; muchos años después hubo una copia, un remake, una rehechura, con Anne Heche en el papel que hizo Leight en los años sesenta; Heche ha hecho desnudos en cuando menos diez películas, Leigth sólo hizo aquél; además de que el remake es malo, ningún espectador tiene escalofríos ante esa escena, ni la siente verosímil; a lo mejor si no se le viera nada… A Howard Hawks le gustaban las mujeres; tanto, que en sus películas ponen a prueba la amistad recia y viril de los protagonistas, no importa si son western o no. En Monkey Bussiness Ginger Rogers está cocinando pero por un descuido trae levantada la falda; por adelante la tapa el delantal, pero por atrás son visibles (apenas unos segundos, y de manera confusa, las pantaletas blancas –de otro color, en el cine, eran pecaminosas, además de que la cinta es en glorioso blanco y negro); en la cocina está Harvey Entlewist (protagonizado por Hugh Marlowe), antiguo novio de ella; el marido Cary Grant apenas puede taparla para que no la vea Harvey; ella se asombra y luego se asusta; la verdadera picardía está en Marilyn Monroe, torpe secretaria que apenas puede mecanografiar unas cuantas letras en una hora, pero es protegida por Charles Coburn; cuando Grant prueba el elíxir que rejuvenece a quien lo toma, vive con Monroe una serie de aventuras desenfrenadas que no pasan a más por la edad que adquieren ambos; es más erótica la adolescente en que se convierte Rogers; al final, Coburn, rejuvenecido, empapa a todos con un sifón, aunque es más certero con Monroe, a quien le dirige el chorro de agua hacia las nalgas, con la seria intención de que el espectador se fije en ellas, si es que no se había fijado ya (en México la cinta se llamó Vitaminas para el amor; en España, Me siento rejuvenecer). A Monroe vuelve a aprovecharla Hawks en una comedia deliciosa: Los caballeros las prefieren rubias, basada en una novela harto difícil de leer, de Anita Loos; la pone a rivalizar con la exuberante (adjetivo que sólo puede emplearse con ciertas plantas y ciertas mujeres; más raro, con ciertos libros) Jane Russell; Monroe es menos pechugona, tiene pantorrillas delgadas, muslos gruesos y caderas muy anchas; el rostro es asimétrico, canta mal y tiene que gemir para que no se noten sus defectos, pero pocas actrices han llenado la pantalla como ella, y su interpretación, con todo y sus defectos, de "Diamonds Are A girl's best friend" es emblemática (así y todo, hay un disco, con el título de la canción, donde se recopilan sus menos peores interpretaciones, excluida "Happy Birthday dear president", que sólo puede conseguirse en discos pirata: CEDAR, GFS261); en esta cinta hace el papel de una interesada que por ambiciosa por poco queda atrás en sus conquistas, pero finalmente triunfa; Jean Negulesco fue quien mejor la aprovechó en el cine, aunque es inolvidable la escena, dirigida por John Huston Misfits), donde juega con una raquetita en la que rebota una pequeña pelota; no importa cuántos golpes da, sino con qué ritmo lo hace, y cómo mueve los glúteos, para deleite de quienes la observan, y del espectador. Manuel Michel, en su libro sobre ella, dice que desmintió el mito de que las actrices no deben dar la espalda al espectador, ni en teatro ni menos en el cine --en High Society, Bing Crosby, cuando Grace se aleja de él dándole la espalda, le pregunta si ha adelgazado; con ello, uno se fija si de veras adelgazó; ella se detiene porque sabe que está (estamos) viéndole los glúteos. Hawks le sacó provecho a la inteligencia de Katherine Hepburn, quien decide conquistar al sabio distraído Cary Grant en Domando al bebé (La fiera de mi niña, como la llama G. Caín; La adorable revoltosa, la llama Emilio García Riera), y luego de que rompe el saco de Grant, a ella se le rompe por atrás el vestido; apenas se atisban las pantaletas, pero como están en una fiesta, el caballeroso Grant le tapa el trasero con su sombrero de copa, como pudo haberlo hecho con la mano; así, llaman más la atención de los invitados a la elegante fiesta donde sucede la escena; posteriormente, en la casa de la tía, Hepburn aparece brevemente con una bata abierta que permite observar sus piernas y, de nuevo, muy brevemente, las pantaletas; la escena, otra vez, es más divertida que erótica, pero perturba a Grant quien al final cae en sus garras (con gusto, eso sí). ¡Hatari! sucede en África; no hay villanos, y los héroes cazan animales, pero vivos, para un zoológico (lo cual produjo alivio en Nahúm, quien ha visto casi diez veces la cinta y temía que los cazaran para matarlos; está convencido de que los que están en Chapultepec los cazó John Wayne); aparece una fotógrafa, Elsa Martinelli (una de las actrices italianas más bellas), quien es torpe, causa problemas, no puede cumplir con su trabajo, pero es aceptada, y al final conquista al inconquistable Wayne; pero más que él, es Reed Buttons quien primero descubre sus cualidades: están por partir a una cacería, y ella va retrasada; se sube al vehículo de Pockets, en pantaletas negras, y es en el jeep donde se pone los pantalones; de manera previsible, Pockets la ve a ella, no el camino, y choca; pero la escena más perturbadora sucede cuando Michèle Girardon le pide a Chips que le suba el cierre del vestido; él no dice nada ni acusa ninguna reacción, pero cuando ella pide que alguien la acompañe al río a bañarse, Kurt está dispuesto a hacerlo y Chips hace trampa y se adelanta; luego le aclara a Wayne que el francés Kurt está interesado en ella; Wayne no entiende, hasta que Chips le dice que la vea; Wayne levanta la vista, la observa por primera vez en muchos años (ella es hija de un antiguo cazador, compañero de Wayne y muerto por un rinoceronte; ella se cría con el grupo, que la ve como hija), y exclama un "¡oh!" muy convincente; a lo largo de la cinta Chips y Kurt rivalizan por ella, pero es Pocket, muy mayor (iba a poner más mayor, como escriben ahora los españoles, Juan Marsé inclusive) quien la conquista. Antes de ¡Hatari! hay una cinta harto curiosa: Tierra de faraones, donde la muy sensual Joan Collins (quien fue sensual hasta más allá de sus 58 años, edad fuera del límite para el cine para esos menesteres) es castigada por ambiciosa, y aunque se queda con la fortuna del faraón asesinado, disfrutará de la riqueza encerrada en una pirámide. Así castiga el cine a las demasiado bellas. En Río Bravo y El Dorado una mujer es causa de problemas para los protagonistas; Angie Dickinson pone en peligro a John Wayne, quien casi es asesinado por ella; castigados los villanos, Wayne le pide que deje el pueblo pues la buscan en varios lados, acusada de delitos cometidos por su exmarido; la contratan en la cantina para cantar, pero lo hace tan mal que debe salir en mallas, mostrando las piernas; Wayne amenaza con arrestarla si se atreve a salir así en el escenario; al final, de la ventana de ella salen despedidas las mallas, que caen a los pies de Dean Martin y Walter Brenan, quienes se imaginan otra cosa (no dicen qué) y estallan en carcajadas; antes, Martin le recuerda a Wayne que él cayó en el vicio de la borrachera por culpa de una mujer, que llegó y se fue en una carreta, como Angie Dickinson. En El Dorado hay rivalidad entre Robert Mitchum (borracho a causa de una mujer) y Wayne, por Charlene Holt, quien también aparece con las piernas desnudas; muy a la irlandesa, Hawks resuelve el dilema no poniendo a los amigos a pelear por ella, más bien ella se va del pueblo (es lectura obligada el ensayo de José de la Colina sobre esta película, en Miradas al cine). Pero no son las únicas mujeres en las cintas de Hawks. De ellas hay bastante de qué hablar. *El miércoles tuvo lugar el quinto juego sin hit de la temporada, y segundo perfecto; todavía faltan cien juegos; sólo es de esperar que no cedan las autoridades de las Mayores y revivan la pelota viva para atraer de nuevo a los villamelones. El viernes hubo cinco blanqueadas. ¿Será que los managers conservan a los pitchers en la loma sólo si tienen chance de lanzar sin hit? No sólo en el beisbol, en casi todos los deportes, los atletas son más altos, más fuertes, más rápidos, consumen más esteroides y son más “nenas” (término que, contra lo políticamente correcto, ha puesto de moda “el doctor”). *¡Fui a Los Ángeles (de donde tienen el descaro de agradecerme la ayuda para que la feria resultara un éxito) y no busqué discos de Don Williams! *Me tomé una botella de vino con Marco Pulido, y no brindamos por el 16 de junio, que ahora se apropian los que no han leído a Joyce. Y por cierto, ¿alguien se interesa por la primera edición de Pomes Penyeach? Los ofrecen en sólo 1,200 euros. *Recuerdo vagamente el ámbito caldeado en las elecciones de 1952, donde vitorear a Adolfo Ruiz Cortines era exponerse a burlas; en 1970 en que votar por el PRI era traicionar el Movimiento de 1968; en 1976, cuando sólo había un candidato; en 1988, en que se tenía la certeza de que se acabaría con un PRI que era lo contrario de lo que había sido; en 2000, cuando para ser de izquierda había que votar por la derecha, y en ninguno de esos años recuerdo tanto odio, tanta intolerancia como ahora, ni tanta ingenuidad, ni tanto peligro como consecuencia de todo. Ni en una época en que expresar dudas motivara tantas amenazas.

sábado, 2 de junio de 2012

Laurel & Hardy & women

Un personaje de dibujos animados, con la muy sensual voz de Katherine Turner, responde con una frase contundente cuando le preguntan por qué anda con otro personaje, desparpajado, sin glamour, sin físico espectacular ni beneficiado por la fortuna: “Porque me hace reír”. En Annie Hall, la protagonista menciona con arrobo las cualidades amatorias de un antiguo novio, y cuando Alvy Woody Allen) lo conoce y lo encuentra chaparro, clavo, con vestimenta convencional y gesto apacible, no puede entender el gesto de ella, como añorando las sesiones eróticas que había tenido con él: “¿ése, ése?”, se pregunta, confundido. El humor es una cualidad en las relaciones amorosas, y no necesariamente porque supla otras; y el cine es un ejemplo: Germán Valdés antepone su gracia a otras cualidades de las que carece: no es fuerte y musculoso como Wolf Ruvinskis ni agraciado como Ramón Sánchez o Tito Novaro, pero se queda con Silvia Pinal, Gloria Mange, Rosa de Castilla, Rebeca Iturbide, Alicia Caro, ya se sabe que por culpa del guión, pero al espectador no le queda alguna duda de que así sería también en la realidad. Una de las características de Valdés es que es un besucón; corre la leyenda de que en las escenas de besos (que entonces se daban con los labios cerrados), él las besaba en realidad, de lengüita, como se dice; si lo hacía, el director cortaba y hacía que besara como era lo correcto en esa época, porque nunca se ve en la pantalla que haya hecho eso, pero algunas de sus coestrellas, como Meche Barba, aseguraba que era un mandado. Los hermanos Marx eran unos mandados; no todos: ni Zeppo ni Gummo, que sabían cantar y bailar, pero los otros tres se abalanzaban sobre las mujeres, las asediaban, física e intelectualmente; antes que se den cuenta tienen encima la pierna de Harpo quien las observa con mirada torva, sin parpadear siquiera, con una sonrisa amenazante e insinuante; es peor Chico, que se les pega sin que puedan eludirlo, y sin despegar su mirada que descarga sobre sus cuerpos, no importa si son feas, aunque parecen poner más empeño si son guapas; no es raro que en las cintas de ellos, ellas estén siempre corriendo, eludiéndolos, aunque el conflicto se enfoque en otro asunto. Groucho es más persistente: las estafa, hace que lo inviten a cenar y las deja por otras, les asesta la cuenta, las hace firmar contratos inicuos, anda tras su fortuna pero también tras de sus cuerpos, y aunque también las observa como lo hacen sus hermanos, las envuelve con sus palabras enredadas, con juegos verbales complejos, contradictorios, enigmáticos y no carentes de un sentido sexual inconfundible. Aun los peores cómicos del cine estadounidense andan detrás de las coestrellas, y por lo regular con fortuna; a veces se insinúa un triángulo (Dorothy Lamour, Bing Crosby, Bob Hope), y en algunas cintas es inevitable pensar que aunque el final diga una cosa, la historia prosigue pero con relaciones más abiertas, como la entrevista en Three Little Words entre Red Skelton, Fred Astaire y Vera Allen; en ¡Qué hombre tan simpático! Gloria Marín podrá ser novia del calavera Rafael Banquells, pero sus ratos libres los aprovechará con Fernando Soler, quien ya se metió en otro triángulo, con Carlos Orellana y Blanca de Castejón (con ésta, por conveniencia). Es muy sabido que en una de las cintas más célebres, Singin’ in the Rain, Gene Kelly se quejaba de la ineptitud de Debbie Reynolds, que la hacía ensayar y repetir las escenas muchas veces, y que estuvo a punto de hacer que la despidieran, con lo que se hubiera roto la fórmula que la hizo una de las mejores obras del cinematógrafo; un año después, en I Love Melvin, de Don Weis, ella baila, al lado de Donald O’Connors, con más soltura, gracia y flexibilidad que en su papel de Katty, y muestra con generosidad las piernas y las grannies pero sin ser nunca vulgar; en Singin’ in the Rain las oculta lo más que puede; ¿se sentía más cómoda con O’Connors que con Kelly? Aquél tenía más gracia que éste, y bailaban con la misma habilidad. Insisto: puede ser que por las bondades del guión, los cómicos, que tienen físico menos agraciado que los galanes, se quedan con las mujeres más guapas, y con un futuro más halagador que aquéllos. También, por cuestiones de guión, sus galanteos suelen parecer más inocentes, aunque en realidad no lo sean; los Marx son todo menos sutiles; pero los que azoran porque en unos cuantos momentos despedazan la sutileza, son Oliver Hardy y Stan Laurel. Éste, sobre todo. En el viaje a Los Ángeles pude adquirir The Essential Collection of Laurel & Hardy; son casi todas sus cintas habladas (de algunas se hicieron dos versiones, muda y hablada); faltan las mudas y algunas que están en otras colecciones, todas ellas de seis o más rollos, y omiten las que sus fanáticos omitimos: Atoll K, The Bullfighter, que quién sabe por qué hicieron. Las mudas deben andar por allí, pero no las encontré en las tiendas grandes, algunas muy ordenadas y otras tan desordenadas como Gandhi o El Sótano (aunque con menos polvo). Ya había visto anunciada la colección, pero al precio se sumaba una cantidad muy alta por el envío, y pedí el más barato, con la consecuencia de que Amazon no hace el seguimiento además de que se tardan casi un mes en llegar; pero no llegó; Amazon asumió la pérdida y yo el berrinche; allá me costó diez dólares menos, y pude revisar que no vinieran pegados los discos, que era una queja constante entre algunos de los compradores, y que como venían pegados, terminaban quemando el reproductor (del DVD, nomás del DVD). En poco más de una semana vi todos los filmes de dos o tres rollos; excepto uno, conocía todos; me falta conseguir los nueve que contienen las cintas mudas, con el agravante de que casi todas contienen uno o dos o tres cortos en donde actúa uno de los dos, o a veces los dos, pero no con sus personajes de Laurel & Hardy, y a veces como apariciones incidentales. Tanto William K. Everson (The Films of Laurel and Hardy, 1974) como John McCabe (Mr Laurel & Mr. Hardy, 1966 –en la portada no está el título, solo las palabras Mr. Y las fotografías) insisten en que los filmes sonoros, con sus excepciones, son de menor calidad que las cintas mudas; pero las filmografías son confusas y, como dije, enredadas; en las tiendas de DVD sólo existe una caja con tres discos, y ninguna de las cintas es de la pareja; en Gandhi venden una caja con algunas de las mejores cintas, sobre todo A Chump At Oxford, pero dobladas por Polo Ortín. Aunque me falta ver las cintas de seis o más rollos, puedo hablar de algunas de las características de la pareja; nada sé de cine, y hay muchas cosas que ignoro: qué tanta participación tenían en los guiones, en las ideas, si los directores dirigían o simplemente organizaban; es de suponer que muchos de los que participaban con ellos eran más amigos que colegas, y que se divertían tanto como ellos al filmar estas cintas; Charlie Hall, el genial James Finlayson (a quien nombran dueño de un banco en una de las obras en las que no aparece), Walter Lang (el de aspecto más fiero) y Edgar Kennedy, además de Mae Busch, Thelma Todd y Anita Garvin, más muchas otras figuras. Por lo tanto, hablaré sólo de algunos detalles, que tienen que ver con su relación con las mujeres: en The Second Hundred Years deben pintar postes, y por aparente distracción Mr. Laurel pasa la brocha por los glúteos de Dorothy Coburn, ante la mirada persistente de Mr. Hardy; en Hats Off se detienen a observar como Dorothy Coburn se levanta la falda más allá de la rodilla para acomodarse una media, y a consecuencia de ello les despedazan un mueble que andan cargando; en From Soup to Nuts, Mr. Laurel pisa la falda de Anita Garvin, y ella queda en fondo transparente (lo harán con otras actrices); al final, Mr. Laurel queda recompensado en los brazos de la muy hermosa y frágil Edna Marion; en Their Purple Moment, Helen Gilmore y Dorothea Wilbert aparecen como vendedoras de cigarros, con unas faldas tan cortas que parecen de principios de los años sesenta; en We Faw Down son sorprendidos en una mentira por sus esposas Vivien Oakland y Bess Flowers, quienes los persigue a balazos de escopeta y les dicen infieles, y de los edificios salen de las ventanas muchos hombres, algunos poniéndose los pantalones, obviamente sospechosos de adulterio en casas ajenas. En Double Whoopee pisan el vestido de Jean Harlow, quien queda en fondo corto mostrando las piernas que la convirtieron en una de las primeras celebridades del cine, por su belleza y sensualidad; conscientemente o sin querer, se burlan de la autoridad representada por Charlie Hall; en Berth Marks arman un desastre en el que todos los pasajeros masculinos de un tren se rompen la ropa, todo porque, de manera involuntaria, descorren una cortina y se ve, durante menos de un segundo, a Paulette Godard en ropa íntima; en Men O´War protagonizan una confusión con las coquetas Ann Cornwall y Gloria Greer, pues ellas pierden un guante, pero Pete Gordon, momentos antes pierde unos calzones que lleva de una lavandería; mientras ellas hablan de la blancura de la prenda, la que lavan con gasolina, que se ajustan a su piel pero a veces les quedan un poco flojas y que pierden constantemente, ellos creen que hablan de los calzones; es la famosa cinta donde sólo tienen 15 centavos para cuatro sodas, y donde Mr. Laurel se bebe toda la soda de su vaso alegando que su mitad era la que estaba hasta abajo; en Be Big tienen una de las escenas más audaces que pasó inadvertida por la frescura que la hacen: van a ir a un viaje con sus esposas, Mrs. Laurel (Anita Garvin) y Mrs. Hardy (Isabella Keith) pero les hablan de su club y finge Mr. Hardy una súbita jaqueca; el viaje de ellas se frustra y los sorprenden en la mentira (es impresionante la cantidad de argumentos semejantes que los Picapiedra toman deliberadamente de los filmes de Laurel & Hardy); pero antes, cuando ellas se van, se despiden con un beso en los labios (no en la boca); Mrs. Laurel besa a Mr. Laurel, y Mrs. Hardy a a Mr. Hardy y a Mr. Laurel; en Another Fine Mess, Mr. Laurel, vestido de mucama, permite los arrumacos de Thelma Todd; en Chickens Come Home, Mae Busch, bella pero que lo disimulaba, luego de un forcejeo deja descubiertas las piernas, que tapa al bajarse la falda con un gesto instintivo; en Unaccustomed as We Are, Mr. Hardy invita a comer a Mr. Laurel, pero Mrs. Hardy (Mae Busch) se niega a cocinar para un extraño y se va; una vecina, Thelma Todd, esposa de un policía celoso, se acomide a ayudarlos pero en una de sus frecuentes torpezas Mr. Laurel le empapa el vestido; Todd se despoja de él, y queda en fondo dejando sus bellísimas piernas al descubierto, en una de las escenas más audaces de la época; como regresa Mrs. Hardy la esconden en un baúl que llevan a la casa de ella, pero la intempestiva llegada de Mr. Kennedy (Edgar Kennedy) hace que siga escondida, sólo para escuchar las indiscreciones de Mr. Kennedy quien habla de sus escapadas con mujeres guapas. Todd sale del baúl mostrando la plenitud de su belleza. (Poco después, Thelma Todd apareció muerta en el garaje de su casa, aparentemente intoxicada con monóxido de carbono, pero la ropa estaba rota, con huellas de violencia; nunca se solucionó su muerte.) En Our Wife, a causa del bizco Ben Turpin, en vez de casarse con Dulcy (Babe London), a quien rapta porque el padre, James Finlayson, se opone a la boda, Mr. Hardy contrae matrimonio con Mr. Laurel. En Beau Hunks ambos se inscriben en la legión extranjera a causa de la desilusión amorosa de Mr. Hardy; pero tanto el comandante Charles Middleton y el enemigo James W. Horne están en la guerra a causa de la misma mujer que Mr. Hardy, de la que sólo se ve la fotografía, Jean Harlow. En Scram (como después en Them Thar Hills) una accidental sustitución de alcohol en una jarra de agua hace que Vivien Oakland se embriague; ella, en camisón, deja ver parte de sus pechos (y la aureola del pezón izquierdo), y la acomete una explosión de carcajadas (como sustitución del acto sexual) que hace enfurecer al marido Richard Cramer. En Midnight Patrol el ladrón Bob Kortman, ante la amenaza de Mr. Laurel de que a la siguiente vez que intenten robar la patrulla que tripulan Laurel y Hardy, hace gesto de “ay, tú la traes”, que Mr. Laurel comienza a hacer, pero se contiene. En Tit for Tat (tat es embarrado; tit es revancha, pero también teta) por accidente Mr. Laurel entra a la casa de Charle Hall por la ventana, y Hall lo ve bajar del brazo de Mrs. Hall, Mae Busch); en The Fixer Uppers, la desilusionada Mae Busch muestra cómo besa, y da un largo beso a Mr. Laurel, quien al terminar cae desmayado sobre un sillón; recuperado, besa a Busch, quien cae desmayada antes de que llegue su esposo, quien la sorprende besando a Mr. Hardy. En Way Out West, además de coquetear con la coqueta Vivien Oakland, esposa del sheriff cornudo Stanley Fields, se arrebatan un papel testamentario entre Mr. Hardy, Mr. Laurel, James Finlayson y la muy sensual villana Sharon Lynn, quien acomete a cosquillas contra Mr. Laurel, en una más gráfica representación del acto sexual, ante el que se rinde Mr. Laurel. Tantas escenas no pueden ser casuales; se ha hablado mucho del caos que representan, de todo lo despedazan, de que en ese sentido, de la falta de respeto por las propiedades, son unos auténticos anarquistas; que se burlan de las autoridades, que rompen la ley voluntaria o involuntariamente, que después de ellos no hay gobernantes que repongan el orden (sólo hay que imaginar a cualquiera de nuestros candidatos presidenciales tratando de convencerlos de que le dieran sus votos; en fin, los candidatos tienen algunos asesores que son malos imitadores de Mr. Laurel y Mr. Hardy); a esas cualidades hay que agregar las que señalé, y de su gusto por las mujeres. Y me falta ver las cintas largas. *Ya hubo un tercer juego sin hit en las Mayores, cuando apenas ha pasado la tercera parte de la temporada; y fue el primero en la historia de los Mets, que han tenido pitchers como Tom Seaver, Jerry Koosman, Nolan Ryan, Dave Cone, Dwight Gooden, Frank Viola, y otros, que sí tiraron sin hits y hasta perfectos, pero con otros uniformes; y a cambio de tantos juegos que los umpires han echado a perder, ahora un umpire ayudó a Jonathan Sánchez al cantar como foul un batazo que pegó en la línea de foul, jugada que, por regla, es fair ball. De cualquier manera, hay mucho pitcheo y cada vez menos bateo. *Dice Andrés Manuel López Obrador (o dicen que dijo) que seis años no son suficientes para cambiar al país. Los porfiristas pensaban lo mismo, y terminado su primer cuatrienio, encargado a Manuel González (más o menos más de lo mismo) vieron que Díaz sí necesitaba más tiempo. Y de allí se siguió pa lante. *Cuando la racha de temblores y secuelas en marzo y abril, comencé a oír más radio que discos, que de cualquier manera al poco de oírlos descubro que me faltan muchos y que ya escuché demasiado los que tengo; pero en Opus 94, en uno de los temblores que se sintió más fuerte, la locutora dijo: está temblando, los dejo con la música y nos salimos de la cabina; en Radio Universal un locutor dio la alarma, recomendó que no hay que correr, no hay que gritar, no hay que empujar ni votar por un candidato específico, pero no había sismo en esos momentos; Radio Universal programa tan pocas canciones que uno escucha todas en día y medio; quise volver a oír “yo te agradezco con toda el alma tu noble (¿o doble?) esfuerzo”, en la voz de Eva Garza, o “el diablo se fue a pasear” con los Bribones; ambas canciones fuera de las antologías disponibles en las escasas tiendas de discos; luego de años de no sintonizar El Fonógrafo encuentro que la música ligada a mi recuerdo es la de los Locos del Ritmo, Mayté Gaos, Angélica María, Leo Dan, “hoy corté una flor, y llovía llovía”, Raphael, Palito Ortega (cuando era político exitoso en Argentina, Enrique Guzmán decía que “estaba muy bien parado”); cuando pusieron algo con Luis Miguel renuncié: me hicieron sentir más viejo. (Las fotografías fueron tomadas de los libros citados, y no contienen a qué archivo personal pertenecen; de cualquier manera, son sin fines de lucro.)