lunes, 19 de septiembre de 2011

Otro enijma de López Velarde

En su precioso ensayo sobre las erratas fecundas, Alfonso Reyes cuenta que, ante la insistencia de Juan Ramón Jiménez por el uso de la jota cuando es sonido fuerte, contra la g cuando es sonido suave, los amigos de Juan Ramón afirmaban que una virjen, así con jota, dejaba de serlo.
Reyes llegó a sostener polémicas, en su tono amable, por defender la X de México frente a escritores que insistían en escribir Méjico; aunque aceptaba que la jota era más aceptable en términos fonéticos y etimológicos, se impuso el uso de la X por recalcar nuestro pasado mexica, frente al colonialismo de una España que se aferra a escribir Méjico aun en sus más recientes ediciones de sus diccionarios; por referirse a las palabras usadas u originarias en México, no dejan de escribir “mejicanismo”, aunque remitan a “mexicanismo”, y así seguirán, porque también insisten en que 25 son más que cien y que mil.
Y en fin, Reyes usaba “México”, y uno de sus libros, donde habla de México, se llama La X en la frente. Hay que recordar que fue la generación de la Reforma la que propuso esa X, para acentuar la nacionalidad mexicana. Si nos atenemos a la colección Clásicos de la Historia de México, publicada por el Fondo de Cultura Económica, todos los tomos, facsímiles, dicen “México”, excepto los escritos antes de las guerras de Reforma y contra la Intervención, o sea el conservador Lucas Alamán y el muy liberal José María Luis Mora, quienes escribieron “Méjico”.
Una de las quejas constantes de Raúl Prieto contra la Madre Academia era su tozudez en seguir escribiendo (y diciendo) “Méjico” (y lo recalcan), como si Madrid siguiera siendo la metrópoli (Nueva Madre Academia, pág. 654, edición de Grijalbo, 1981).

Pues López Velarde escribía “Méjico”.
Si nos atenemos a la Poesía moderna de México, la antología preparada por los Contemporáneos y firmada por Jorge Cuesta, López Velarde dice “mientras una mexicana en su tápalo lleve los dobleces...” (“La suave Patria”), y en “El sueño de los guantes negros”, dice “Oh, prisionera del Valle de México”; Manuel Maples Arce, en su antología homónima no incluye “El sueño de los guantes negros”, por lo que sólo escribe “mexicanas” en “La suave Patria”; en una antología casi contemporánea, Poemas escogidos de Ramón López Velarde, con un estudio de Xavier Villaurrutia, Nueva Cvltvra, 1940), se usa la X en “México” y “mexicana”, y desde luego se repite en la reedición de la Biblioteca del Estudiante Universitario, El león y la virgen, en la que ya se le atribuyen a Villaurrutia el prólogo y la selección (hay diferencias en el prólogo y en el estudio). Villaurrutia y Cuesta conocieron a López Velarde, lo trataron, aunque con respeto y distancia, según lo refiere Salvador Novo, y a ratos con un poco de irrespeto. Manuel Maples Arce fue su amigo y lector, y no se sabe por qué no le respetó a López Velarde su uso de la jota.
Desde luego, en toda antología que se respete se incluyen “El sueño de los guantes negros” y “La suave Patria”, y en todos lados se respeta la X, no la jota: lo hace José Emilio Pacheco en Antología del modernismo, aunque no lo incluye en Poesía modernista, una antología general; Carlos Monsiváis, en sus tres versiones de Poesía Mexicana del siglo XX, incluye “La suave Patria” y en las tres versiones está con X. Así están “El sueño…” y “La suave Patria” en Ómnibus de poesía mexicana, de Gabriel Zaid, y en La suave Patria y otros poemas, con el prodigioso prólogo de Octavio Paz tomado de Cuadrivio; así está en la cuidadosa antología de Juan Domingo Argüelles, Dos siglos de poesía mexicana.
Existen las X en el Calendario de Ramón López Velarde, pese a que todo el material lo prestaba Alí Chumacero de su selecta pero nutrida biblioteca.
En cambio, en las Obras de Ramón López Velarde, la edición de José Luis Martínez para el Fondo de Cultura Económica, se respeta la jota; en su momento se lo comenté a Felipe Garrido y me recomendó que me fuera a las fuentes originales; era lo obvio: tengo El son del corazón, y en él aparecen con X tanto “México” como “mexicana”; “Viste primeras ediciones, no primeras publicaciones”, me amonestó. Y sí, acudí a El Maestro, la revista vasconcelista que dirigían Enrique Monteverde y Agustín Loera y Chávez, y en su número de septiembre de 1921 se publica por vez primera “La suave Patria”, dos meses y medio después de la muerte de López Velarde, y en sus páginas se conserva la jota de “mejicana”; también Guillermo Sheridan deja la jota en “El sueño…”, en su biografía de López Velarde, Un corazón adicto. Pero con jota está en la antología mínima preparada por Hugo Gutiérrez Vega para Material de Lectura de la UNAM, con un prólogo insistente en el erotismo de López Velarde, y con jota en Poesía en movimiento.

Tenía razón Felipe Garrido: hay que acudir a las fuentes originales. Así, sólo José Luis Martínez respetó la curiosa caligrafía y ortografía de López Velarde, cuyas jotas no pueden deberse a una errata; en algunas de sus prosas salta la palabra “México”: no muchas veces, pero salta; por ejemplo, en “Semana mayor”, de El minutero, en el primer párrafo, dice “Méjico fingía una necrópolis”; así aparece en el número 5 de la portada de la revista Pegaso (en la que participaba López Velarde, al lado de Efrén Rebolledo y Enrique González Martínez), de abril de 1917, pero en Obras (pág. 300) está “México”. ¿Por qué José Luis Martínez dejó la jota en los poemas pero la cambió por una X en la prosa?
El “Méjico fingía” muy cuidadoso significa que no creía que la g fuerte debía escribirse con jota, como ordena Juan Ramón Jiménez; sus “enigmas” y sus “vírgenes” con ge las diferencia muy bien de la jota de México, como decía Alfonso Junco en sus disputas con su tocayo Alfonso Reyes; ¿por qué razón López Velarde, mexicano como pocos, escribía la palabra con la jota tan española (“En la mitad de la clase / me reprendió el profesor / cuando dije que la jota / era un bailable español”, dice Francisco Gabilondo Soler en su muy hermosa jota “Jota de la jota”). Otro dato curioso es que en su antología Novedad de la patria y otros prosas de Ramón López Velarde (edición del Día Nacional del Libro, 1987), Felipe Garrido incluye “Semana mayor” y escribe México con X.
¿Se debía a su formación religiosa (de López Velarde)? Su prosa política, encomiada por muchos pero abjurada por otros, lo muestra partidario de Madero, pero no de la Revolución; tras el golpe contra Madero, López Velarde no se sumó al grupo de intelectuales que apoyó a Victoriano Huerta, aunque como muchos de ellos, rechazó el “baño de sangre” que dejó al país con muchas heridas; para muchos, Huerta representaba la vuelta al orden luego de la anarquía desatada por Madero, o por su gobierno; así, colaboraron con Huerta, Enrique González Martínez, Salvador Díaz Mirón, José Juan Tablada, Nemesio García Naranjo, José María Lozano, Alberto García Granados, Querido Moheno (estos últimos, presos en el Porfiriato por atacar al régimen; uno pensaría que era natural su acercamiento a Madero, no a Huerta), Jorge Vera Estañol, Carlos Rincón Gallardo, y muchos diplomáticos que no renunciaron a sus puestos, y que fueron depuestos a la caída de Huerta cuando Carranza asumió la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista.
López Velarde colaboró, de manera mínima, apenas secundaria, con Venustiano Carranza, y al final de su vida, por gestiones de José Vasconcelos, en el gobierno de Obregón, pero sin tratar con él, sólo con Vasconcelos.

Vasconcelos es uno de los principales promotores del arte mexicano, promovió a músicos, pintores y escritores, a que exaltaron al país, a la Revolución, y a la nueva grandeza mexicana; protegió y promovió a López Velarde en más de una ocasión, y se dice que tuvo que ver con el origen de “La suave Patria”, y ésta se publica por primera vez en El Maestro, que era el órgano, la voz oficial del Ministro Vasconcelos. ¿Cómo es que Vasconcelos, tan mexicano, haya permitido la jota en el “mexicana” de “La suave Patria”? ¿Cómo es que tantos antologadores han cambiado la X por la jota, en prosas y poemas? ¿Es traicionarlo escribiendo “México” y “mexicana” cuando él escribió “Méjico” y “mejicana”?

Apenas se sabe algo de los familiares de Ramón López Velarde; algo de sus padres, de sus tíos y de sus hermanos; nada de otros parientes, como los Berumen, los que no cambiaron el apellido. Uno de ellos, llamado Juan, un militar sin mucha fama (de militar, pero sí de castigador), casó con Marcela Mejía, hija de Pedro Mejía y Feliciana Salazar; de ese matrimonio nació Ramón Berumen Mejía, conocido como “El Hermoso Berumen”, famoso réferi de boxeo, el primer mexicano (¿mejicano?) en arbitrar una pelea de campeonato mundial de boxeo en que no estuviera involucrado un mexicano, y el réferi que apareció en más cintas mexicanas (en Pepe el Toro es su amigo César Arroyo el que sólo amonesta a Wolf Ruvinsky por abrirle una ceja al Torito de un cabezazo); hasta cerca de los ochenta años daba clases de volibol en el Parque Alemán, donde jugaba la Liga Lindavista. Mi tío Pepe, que vive ahora en la angustiosa Saltillo, me envía una fotografía donde aparecen López Velarde y el señor José González, segundo esposo de Mamá Chana, por lo tanto mi bisabuelo; no es raro, la provincia era muy chica y todos se conocían ("Esas gentes de Jerez / miel y veneno a la vez; / todititos son parientes / y ni uno se puede ver", Eugenio del Hoyo); pero conociéndose todos, ¿por qué se sabe tan poco de la vida de López Velarde y por qué haya tantos enigmas? ¿No es curioso que José Luis Martínez, cuidadoso editor de la obra de López Velarde, no haya mencionado a Maples Arce, no sólo porque hayan compartido andanzas de chirriscos, sino por innegables lazos entre la poesía de ambos? ¿Cuántas cosas desconocemos de nuestros escritores? ¿Y esas cosas deben influir en nuestra lectura de su obra? En el caso de Renato Leduc, por ejemplo, han estorbado. Se sabe, porque él lo dijo, que se involucró en la Revolución porque en donde trabajaba como telegrafista, una hermosa joven villista hablaba en las manifestaciones, hacía arengas, y Leduc y algún amigo se acercaban para espiarle las piernas bajo las faldas (los famosos upskirts actuales), y la siguieron a otras poblaciones, para seguir espiándole las piernas; ese dato, y muchas anécdotas han influido para ver en sus poemas un candente lenguaje erótico, combinado con un sentido del humor desarmante, iconoclasta, subversivo (“no creí que un favor tan ruin se me negase. ¿Solicitar tu mano? No conozco esos vicios”; “Soez, majadero, que prendan la luz”); por perseguir esos poemas se pierde de vista su excelente manejo del ritmo, de la acentuación, de la rima; poemas inteligentes, aunque perdamos de vista la inteligencia opacada por el albur, la petición sexual, el piropo atrevido, la descripción de la belleza femenina. Por seguir al poeta ingenioso dejamos de ver al poeta inteligente.

Hay muchos enijmas en la vida y la obra de López Velarde.

Según Óscar Sarquiz, un joven guitarrista, pianista, cantante y compositor famoso era el vivo retrato de Dorian Gray, porque envejecía mientras sus colegas se mantenían juveniles; así, Dèjá Lu envejece muchísimo mientras los demás siguen como si apenas tuvieran 50 años.

Adrián González no puede con la presión; no era lo mismo ser el mejor bateador de un equipo colero, que cargar con el peso de un equipo contendiente. ¿Síndrome del deportista mexicano? ¿Seguirá el mal fario de cuando fueron a verlo Carlos Slim y Marco Pulido?

lunes, 12 de septiembre de 2011

¿Cantor de la provincia o de los encantos femeninos?

A Ramón López Velarde se le clasifica de muchas maneras, pero casi siempre omiten una categoría, la que se desprende del erotismo en su obra; excepto José Emilio Pacheco, no siempre sus lectores la han observado, la mayoría de las veces por atender otras características de su muy rica, sugerente poesía, una de las más enigmáticas de nuestra literatura, y que se presta a tantas interpretaciones.
Murió soltero, recalca Gabriel Zaid, y anota que lo más probable es que haya sido a causa de su pobreza, pobreza que a su vez deriva de su negativa a colaborar con un gobierno que derrocó al que él apoyaba; pero también apunta (en Tres poetas católicos) la muy extensa variedad de mujeres a las que pretendió; no describe las otras relaciones, las que a veces asoman en algunos de sus versos, pero de las que no hay detalles; hay, sin embargo, algunas confidencias, que se han colado, furtivas; algunas de ellas: Manuel Maples Arce, que es casi lo opuesto a López Velarde en la poesía, narra cómo se iban a las afueras de las iglesias no a cumplir con el rito de la misa, sino a observar a las muchachas (de diferente estrato socioeconómico, según los horarios) y ver si tenían suerte en una época bastante laxa, debido precisamente a lo inseguro de la vida en tiempos revolucionarios.
Dice Maples Arce: “Era el poeta hombre de buena presencia, de rostro bondadoso y melancólico; vestía siempre de oscuro; su persona y su trato reflejaban la mayor pulcritud. No pocos domingos lo acompañé en sus paseos a la Plaza Orizaba y a la iglesia vecina de la Sagrada Familia [donde David Silva casa con Martha Roth en Una familia de tantas], a esperar la salida de misa de las muchachas que, en fascinante procesión, descendían las escalinatas. Pasaban delante de nuestros ojos aquellas rubias y morenas que encendían anhelos recónditos de nuestra sensibilidad. Bajo las claras mañanas y el cielo azul, aquella visión que se alejaba por los follajes del jardín era como una promesa de amor. López Velarde sentía vivamente el encanto de la belleza sensual, asociada a la glorificación de un rito. En sus poemas se perciben cualidades intuitivas: ‘Brazos sacramentales’, ‘La delicia que es mitad friolenta, mitad cardenalicia’, ‘Las lascivas soledades’. Cada ocho días nos encontrábamos en ese paseo en el que disfrutaba de su fina conversación al par que se estrechaba nuestra amistad…” (Soberana juventud, Universidad Veracruzana).
Miguel Capistrán sospecha que la neumonía fatal la contrajo por andar en algunas de esas andanzas, sin abrigo, y que no se cuidó ni antes ni después.
Otra de las confidencias, que podría motivas otras suspicacias, es que urgido como estaba de favores femeninos, no siempre tenía la disponibilidad para atenderlos, cuando se presentaban; la, digámosle con lenguaje actual, disfunción inoportuna le hacían rehuir algunas citas, pero se presentaba una cura momentánea, que debía aprovechar o la perdía por días o semanas enteras (¿"mi amargura impotente"?), y que una de ésas lo pescó desabrigado.
Sus biógrafos han sido discretos y benévolos con esta situación, si es que es real; lo real es que hay tres nombres constantes en la vida de López Velarde: Josefa de los Ríos (Fuensanta, personaje de los poemas primeros, los de La sangre devota); María Nevares, con quien tuvo una relación intensa pero ambigua, y Margarita Quijano, con la que no se sabe qué pasó, por qué terminaron; Zaid agrega a la pianista Fe Hermosillo; si no fueran tan trágicas estas historias, uno podría recordar, a propósito de los embates de López Velarde, las palabras de Fernando Soler en Mi querido Capitán: eso me pasa por andar como mariposa de flor en flor.
En muchos de sus poemas hay referencias eróticas que aparecen de manera súbita, y así desaparecen; no por eso son menos inquietantes; nunca es directo, pero nunca es tan sutil como para ignorar de qué habla: en “Ser una casta pequeñez…”, dice “Yo, sintiéndome bien en la aromática / vecindad de tus hombros y en la limpia / fragancia de tus brazos, / te diría quererte más allá / de las torres gemelas. // Dejarías entonces en la bárbara / novedad de mi frente / el beso inaccesible / a mi experiencia licenciosa y fúnebre.” En “Mi prima Águeda” hay varias referencias eróticas: “Águeda aparecía, resonante / de almidón, y sus ojos / verdes y sus mejillas rubicundas / me protegían contra el pavoroso / luto… Yo era rapaz / y conocía la o por lo redondo, / y Águeda que tejía / mansa y perseverante en el sonoro / corredor, me causaba / calosfríos ignotos… / (Creo que hasta la debo la costumbre / heroicamente insana de hablar solo.") “Nuestras vidas son péndulos” (casi cada verso es una referencia sensual, una historia esbozada, deliciosamente descrita): “¿Dónde estará la niña / que en aquel lugarejo / una noche de baile / me habló de sus deseos / de viajar, y me dijo su tedio? // Gemía el vals por ella, / y ella era un boceto / lánguido: unos pendientes / de ámbar, y un jazmín / en el pelo. // Gemían los violines / en el torpe quinteto… / E ignoraba la niña / que al quejarse de tedio / conmigo, se quejaba / con un péndulo. // Niña que me dijiste / en aquel lugarejo / una noche de baile / confidencias de tedio: / donde quiera que exhales / tu suspiro discreto, / nuestras vidas son péndulos… // Dos péndulos distantes / que oscilan paralelos / en una misma brisa / de invierno.”; “La tónica tibieza”: “Yo no sé si está presa / mi devoción en la alta / locura del primer / teólogo que soñó con la primera infanta, / o si, atávicamente, soy árabe sin cuitas / que siempre está de vuelta de la cruel continencia / del desierto, y que en medio de un júbilo de huríes, / las halla a todas bellas y a todas favoritas.” “Y pensar que pudimos…” (otra confesión indiscreta): “Y pensar que extraviamos / la senda milagrosa / en que se hubiera abierto / nuestra ilusión, como perenne rosa… // Y pensar que pudimos / enlazar nuestras manos / y apurar en un beso / la comunión de fértiles veranos… // Y pensar que pudimos, / en una onda secreta / de embriaguez, deslizarnos, / valsando un vals sin fin, por el planeta… // Y pensar que pudimos, / al rendir la jornada, / desde la sosegada / sombra de tu portal y en una suave / conjunción de existencias / ver las cintilaciones del zodíaco / sombre la sombra de nuestras conciencias…” (esa “sombra de nuestras conciencias” ¿no es una referencia al “Idilio salvaje” de Manuel José Othón: “Y en mí, ¡qué hondo y tremendo cataclismo! / ¡qué sombra y qué pavor en la conciencia / y qué horrible disgusto de mí mismo!”; igualmente, “unas inmensas ganas de llorar” recuerdan al “…ven a lavar tu ciprio manto / en el mar amarguísimo y profundo de un triste amor, o de un inmenso llanto”).
Las referencias eróticas se hacen más sutiles en Zozobra: “El viejo pozo”: “Besarse, en un remedo bíblico, junto al pozo, / y que la boca amada trascienda a fresco gozo / de manantial, y que el amor se profundice / en la pareja que lo siente, / como el hondo venero providente…”; “Que sea para bien”: “Ya no puedo dudar… Diste muerte a mi cándida / niñez, toda olorosa a sacristía, y también / diste muerte al liviano chacal de mi cartuja. / Que sea para bien… // […] Me revelas la síntesis de mi propio zodíaco: / el León y la Virgen. Y mis ojos te ven / apretar en los dedos –como un haz de centellas— / éxtasis y placeres. Que sea para bien…”; “Despilfarras el tiempo” (éste es otro prodigio de sutil atrevimiento, lleno de sugerencias): “Prolóngase tu doncellez / como una vacua intriga de ajedrez. // Torneada como una reina / de cedro, ningún jaque te despeina. // Mis peones tantálicos / al rondarte a deshora, / fracasan en sus ímpetus vandálicos. // La lámpara sonroja tu balcón; / despilfarras el tiempo y la emoción. // Yo despilfarro, en una absurda espera, / fantasía y hoguera. // En la velada incompatible, / frustrase el yacimiento incompatible, / y de nuestras arterias el caudal. // Los pródigos al uso / que vengan a nosotros a prender / cómo se dilapida todo el ser. // […] Y frente al ínclito derroche / de los tesoros que atesora / el yacimiento de las almas, algo / muy hondo en mí se escandaliza y llora.”
Hay algunos versos célebres que me parece que se han leído sin un erotismo que cada vez suena más desesperado; la lucha que se desata en López Velarde se hace más angustiosa, y las referencias cada vez más discretas; en “El retorno maléfico” hay una imagen muy descriptiva: “el amor amoroso de las parejas pares”, que no sólo es muy afortunada, sino la mejor para narrar de manera sintética un encuentro sexual; esa imagen la repetirá, con menos sutileza en “La suave Patria”: “Trueno del temporal, oigo en tus quejas crujir los esqueletos en parejas”. Esa ansiedad aparece en una imagen muy atrevida en “El mendigo”: “Prosigue descubriendo mi pupila famélica / más panes y más lindas mujeres y más rosas / en el bando de cuervos que la jornada célica / sus picos atavían con las cargas preciosas, / y encima de mi sacro apetito no baja / sino un pétalo, un rizo profundo, una migaja.”; igualmente, en “Idolatría” hay una imagen muy viva: “La Vida mágica se vive entera / en la mano viril que gesticula / al evocar el seno o la cadera, […] Idolatremos todo padecer, / gozando en la mirífica mujer.”; “La lágrima” es muy elocuente: “Encima / de la azucena esquinada / que orna la cadavérica almohada; / encima / del soltero dolor empedernido / de yacer como imberbe congregante / mientras los gatos erizan el ruido / y forjan una patria espeluznante; / encima / del apetito nunca satisfecho / de la cal / que demacró las conciencias livianas, / y del desencanto profesional / con que saltan del lecho / las cortesanas; / encima de la ingenuidad casamentera / y del descalabro que nada espera; / encima de la huesa y del nido , / la lágrima salobre que he bebido…”
“Todo” es uno de sus poemas más complejos, pero lo desentrañó José Emilio Pacheco con maestría en la Antología del modernismo; no lo repito, remito al lector a esa espléndida edición; sólo acoto que el centro del poema habla de las andanzas callejeras, cuando cada muchacha entorna sus maderas, y del enigma de no ser ni carne ni pescado. Y evoco una escena semejante en un libro contemporáneo a la poesía de López Velarde: Ulises, de James Joyce.
No insistiré en otros muchos poemas donde se ocultan, y saltan de manera traviesa y subrepticia, las imágenes de mujeres castas (palabra que se repite con inquietante frecuencia en su poesía) que se quedan esperando, porque él fue tan maravillosamente casto; sólo añado que hemos leído mal, con demasiado pudor, “La suave Patria”, y algunos hasta insistieron en que debía de ser nuestro verdadero himno nacional, sin ver que habla más de las mujeres que del concepto patriótico, el cual fue sólo un pretexto, tal como lo dice en el “Proemio”, porque al poeta le gusta hablar de la “exquisita partitura del íntimo decoro”, pero le encargaron una tarea para la que no es apto (a la manera del tenor que imita la gutural modulación del bajo), y cumple con ella.
Pero las imágenes eróticas, aparte de la exquisita partitura del íntimo decoro, se multiplican: “¿Quién, en la noche que asusta a la rana, / no miró, antes de saber del vicio, / del brazo de su novia, la galana / pólvora de los fuegos de artificio?” (Esa imagen también aparece en el Ulises; ambos, "La suave Patria" y el Ulises son de 1921); “tú vales por el río / de las virtudes de tu mujerío”; “creeré en ti mientras una mejicana / en su tápalo lleve los dobleces de la tienda, a las seis de la mañana, y al estrenar su lujo, quede lleno el país, del aroma del estreno.” “quiero raptarte en la cuaresma opaca, sobre un garañón, y con matraca, y entre los tiros de la policía” (en las rancherías cercanas a Jerez se acostumbraba “lazar” a las muchachas, es decir, raptarlas, así que a la familia no le quedaba más que aceptar los hechos consumados); y qué imagen tan bella la de “las cantadoras que en las ferias, con el bravío pecho, empitonando la camisa, han hecho la lujuria y el ritmo de las horas.”
Una de las escenas más bellas, y que los críticos no han recalcado, es que López Velarde, más que cantar al heroísmo del joven abuelo Cuauhtémoc, se lamenta no de su derrota, sino que a ella, a todo lo que sufre (la piragua prisionera [cuando Cortés lo captura], el azoro de sus crías [el desconcierto de los mexicas al toparse con los hombres blancos y barbados, mitad bestias], el sollozar de sus mitologías [la religión desplazada por el cristianismo], los ídolos a nado [la ciudad derrumbada, flotando sobre las aguas, con las estatuas, las figuras de los dioses aztecas], hay que agregar que lo hayan separado de su mujer, en pleno acto amoroso (y por encima, haberte desatado del pecho curvo de la emperatriz).
Me quedan pendientes algunos enigmas más de López Velarde, que expondré en la próxima.

Dèjá Lu no se conforma con copiar a José Emilio Pacheco; ¿por qué tiene que copiarme a mí?

“Ni siquiera ahora voy a negar la cruz de mi parroquia.”

lunes, 5 de septiembre de 2011

Ateneístas "lúdicos", y grandes literatos

La generación del Ateneo es una de las más brillantes en la historia del país, y el número de sus integrantes es impresionante; los unió el deseo de progreso, de renovación de la cultura, la civilización mexicana, las ganas de experimentar; la inteligencia, los conocimientos, la voracidad de lecturas de clásicos y de contemporáneos; los separó el huertismo, la segunda etapa de la Revolución, y las mujeres, en más de un caso.
Se respetaban entre sí: Martín Luis Guzmán dijo de José Vasconcelos: “…era para nosotros el genio. En todo se traslucía así: en sus hechos, su pensamiento, los escritos que nos leía. Desde el punto de vista de dar forma literaria al pensamiento es uno de los grandes valores que ha producido México. Dicen –él mismo lo ha dicho– que es desaliñado; sin embargo, cuando uno lo lee no lo advierte, porque cabalga sobre las ideas. En las cenas… nos leía unas cuantas cuartillas. En ellas cuidaba minuciosamente el estilo. Quedábamos en suspenso, fulminados por su prosa magnífica… Su obra es como él mismo: grande en sus errores, grande en sus aciertos, inconmensurable en sus contradicciones, en sus injusticias. Si al pensamiento de Sócrates lo guiaba un demonio, al de Vasconcelos lo guía el demonio de la pasión… Si Vasconcelos hubiera sido consecuente con sus grandes facultades y con su genio creador, hubiera sido en las letras nacidas al calor de la Revolución lo que es Diego Rivera en la pintura.”
A su vez, Vasconcelos dijo: “En México existen dos personas que tienen el don del estilo: Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán. De los dos, prefiero a Martín, que tiene el mayor número de cosas qué decir y que, además, se compromete… Entre todos los libros suyos prefiero La sombra del Caudillo, porque allí no nos engaña mostrándonos la grandeza de seres inexistentes, sino que denuncia los corrompidos métodos electorales del obregonismo.”
(Ambas declaraciones están tomadas de 19 protagonistas de la literatura mexicana del siglo XX, de Emmanuel Carballo, Empresas Editoriales, 1965.)
Sin embargo, en La tormenta, Vasconcelos narra: “Desde Panamá había escrito a Rigoletto, anunciándole mi próxima llegada a Nueva York. En vista del trastorno sufrido en Jamaica, le avisé por telégrafo la nueva partida que hacía desde Santiago. Le pedía que informara a Villarreal y a los amigos. Y no sospechaba que estuviera en contacto con Adriana. La respuesta de mi último mensaje me llegó a bordo, la antevíspera de nuestro arribo a Nueva York. Y fue lacónica; decía más o menos: ‘Adriana y yo unidos, te esperamos desembarcadero’… Al principio no entendía. Lo último que me hubiera ocurrido era tenerlo de rival, y menos de sustituto. Absurdo como era el caso, no sé por qué no le creí en el acto, y lentamente me fui dirigiendo al camarote… era un golpe de tal maldad, de refinada venganza, que preví aun las excusas, el amor súbito, irresistible a lo Pelleas y Melisande, aunque sin dagas de por medio. El suplicio chino que así me tomaba el alma me doblegó; me dejé caer en la cama, y con las manos en la frente me puse a llorar… Lloraba por mí, pero también por ella, que tan bajo caía después de ser tan altiva… No estuvo en el muelle Adriana, pero sí, obsequioso y reservado, Rigoletto… [Vasconcelos lo increpa, y lo interroga; ¿por qué no había ido Adriana; Rigoletto le dice que lo espera en su casa y quiere que vayan para que hablen]…–¿Y qué es lo que hablaremos? –interroga Vasconcelos: –Pues te quiere decir que se ha enamorado de mí y te pedirá que la dejes en paz. Tus cartas la tienen muy ofendida. Me las ha mostrado. ¡Qué quieres que te diga! Es un caso terrible. Lo lamento yo el primero, pero nos queremos…” (Edición del FCE.)
Rigoletto, tan disminuido en las páginas de Vasconcelos, es Martín Luis Guzmán, quien le andaba pedaleando la bicicleta a su amigo: dice Guzmán en una carta de marzo de 1916 a Alfonso Reyes (Medias palabras. Correspondencia 1913-1959, UNAM, edición de Fernando Curiel, 1991): “Pepe Vasconcelos: tan bueno, inteligente y contradictorio como le conocimos. Come el pan con sus hijos y su esposa, y bebe la miel de la misma rosa. La rosa no se ha marchitado; el tono languidece, pero los pétalos son siempre frescos. Estas rosas encuentran fácilmente jugos alimenticios en la tierra neoyorquina. ¿Son verdaderamente inteligentes estas rosas?”. Curiel acota: ¿Quién es “la misma rosa”? Elena Arizmendi, sin duda. La Adriana que le despoja a Vasconcelos mientras éste se encuentra en Perú. En otra carta, que Curiel fecha en enero de ¿1917? Guzmán dice: “El helenismo –la tradición manda escribirlo con h– está aquí; cerca de la pluma que esto escribe, lo llevo en el corazón…”.
Elena Arizmendi se interpuso entre los amigos, y en ambos despertó pasiones.
Guzmán fue siempre un hombre discreto, pero también disfrutó del encanto que producía en las mujeres que, incluso las famosas, lo escuchaban, arrobadas. Vasconcelos, más entregado, vivió varios romances, que malamente disimuló en sus memorias, o al menos son de todos conocidos esos amores. En un pasaje de La sombra del ángel, de Katherine S. Blair describe a Vasconcelos, cuando le dicta una carta a Antonieta Rivas Mercado; a la mitad de un párrafo, interrumpe y exclama: “¡qué bonitas piernas tiene usted!”; Rivas Mercado, turbada, le pide que siga con la carta; Vasconcelos la asedia, la persigue, hasta que la consigue, lo que provoca un conflicto enorme en Rivas Mercado, enamorada del pintor Manuel Rodríguez Lozano, a quien considera lo ha engañado al acceder a las peticiones de Vasconcelos. Valeria y Adriana en sus libros, Rivas Mercado y Arizmendi en la vida real, llenan de pasión varias páginas de Vasconcelos; hay que recordar que esos romances los vivió con plenitud como aventuras extramaritales, y que en diversas ediciones posteriores a las primeras bajó el tono, en las llamadas ediciones expurgadas; por fortuna, nunca dejaron de circular las primeras, y el texto fue restaurado en la edición del Fondo de Cultura Económica. Julio Torri, su compañero ateneísta, opinaba: “Me gustan las primeras ediciones de sus memorias; las nuevas ediciones expurgadas no me interesan”.

La lista de los miembros del Ateneo es extensa e imprecisa; Juan Hernández Luna, en el prólogo a las Conferencias del Ateneo de la Juventud, menciona a Reyes, Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Julio Torri, Enrique González Martínez, Rafael López, Roberto Argüelles Bringas, Eduardo Colín, Eduardo Joaquín Méndez Rivas, Alfonso Cravioto, Antonio Mediz Bolio, Jesús Acevedo, Martín Luis Guzmán, Diego Rivera, Roberto Montenegro, Manuel Ponce, Julián Carrillo, Carlos González Peña, Isidro Fabela, Manuel de la Parra, Mariano Silva y Aceves y Federico Mariscal, pero omitió a Nemesio García Naranjo y a Efrén Rebolledo, a quien consideran miembro externo del grupo.
Uno de ellos, célebre, tuvo una muerte gloriosa; falleció, como Rock Hudson en una serie de televisión, en pleno acto sexual, pero en una casa que no era la suya.

El ateneísta menos sospechoso de furor es Enrique González Martínez; sus muchos libros, casi todos inconseguibles, han hecho que se le conozca por los poemas recogidos en casi todas las antologías, y en donde coinciden en la temática: reflexivo, cuasi religioso, pensativo; sin embargo, frente al tumulto de admiradoras jóvenes, él se define como “algo menos que amante y más que amigo”, parafraseando a Shakespeare en Hamlet.
No sólo tiene ese coqueteo, inquietante además; en algunos de sus poemas se acerca al erotismo de Efrén Rebolledo o al de, antes que ellos, Manuel M. Flores. Dice González Martínez: “Ya dejas el plumón. Las presurosas / manos desatan el discreto nudo, / y queda el cuerpo escultural desnudo, / volcán de nieve en explosión de rosas. // El baño espera. De estrecharte ansiosas / están las aguas, y en el mármol mudo, / un esculpido sátiro membrudo / te contempla con ansias amorosas. // Entras al fin y el agua se estremece. / En tanto, allá en el orto ya parece / el claro sol de refulgente rastro. // Y cuando ufana de la fuente sales, / de tu alcoba a los diáfanos cristales, / por mirarte salir, se asoma el astro.”; en otro: “Del arroyo en las límpidas aguas, / medio oculta del bosque en las frondas, / se bañaba desnuda y tranquila / luciendo sus bellas y clásicas formas. // Los cabellos, cual velo de oro, / le cubrían la espalda marmórea, / y del agua prendida en los rizos, / la luna en diamantes trocaba las gotas. // Asombrado quedé, con el alma / a la par conmovida y absorta; / mas la luna escondióse en el cielo / y entre ella y yo puso sus velos la sombra… // He querido olvidarla y no puedo. / Cual relieve esculpido en la roca, / ha quedado grabada en mis sueños / la bella desnuda de clásicas formas.”; “Fue un beso tan fugaz que rozó apenas / la frente virginal y escapó luego; / mas de allí al corazón cundió su fuego / y corrió por la sangre de las venas. // Las dichas del amor, antes serenas, / trocáronse en mortal desasosiego… / ¡Ay! ¿cómo pudo envenenar tan luego / si la cándida frente rozó apenas? // ¡Oh, beso engañador, oh, beso aleve! / ¿Cómo diste a beber en toque leve / el ponzoñoso filtro de tus penas? // ¿Cómo en las garras del dolor, cautivo / dejaste un corazón, beso furtivo / si la tez virginal rozaste apenas?”; “Canta, mi bien. Al peso del racimo / la vid inclina su follaje umbroso / y con abrazo estrecho y amoroso / busca en el tronco paternal, arrimo. // De la naturaleza el don opimo / bien merece tu canto melodioso; / canta, mientras el jugo delicioso / en la ancha copa de cristal exprimo. // Bebe… ¿Te sientes mal? Ya el vino asoma / a tus blancas mejillas, en rubores, / y en fulgores extraños, a tus ojos. // Ya tu frente en mi pecho se desploma… / Y yo me embriago de placer y amores / libando el néctar de tus labios rojos.”; “¡Y vi tu desnudez!… ¡Cuánta blancura / atesora tu cuerpo alabastrino! / En ti forjó la mano del destino / un templo de alabastro a la hermosura. // En ese fondo de inviolada albura / sólo forman contraste peregrino / de tus ojos lo azul –cielo divino– // y el oro de tus crenchas –onda pura. // ¡Y vi tu desnudez!... Nada más blanco / que el armiño sin mancha de tu flanco / de carne púber que al placer invita; // y vi tus senos, que en tus manos domas / como indócil pareja de palomas / que al beso del amor tiembla y palpita.”; “Amada, ven. Del campo la verdura / salpican ya las tempraneras flores, / y el enjambre de pájaros cantores / sus trinos lanza en la arboleda oscura. // Mira, desde el cenit el sol fulgura / en torrentes de luz abrasadores, / y es una alegre fiesta de colores / al ósculo del viento la llanura. // Entre las redes del amor opresos, / miraremos pasar en dulce halago / del río paternal las claras linfas, // y al estallar de mis amantes besos, / verás bañarse en el azul del lago / blancas, desnudas y en tropel las ninfas.”; “Ella se niega mientras él insiste; / fogoso el amador, tenaz la bella, / en jiras el jubón de la doncella / la lucha apenas del amor resiste. // Casta no cede; pero mira triste / de aquel retozo la patente huella, / y con falsos lamentos se querella / y de astucia y de bríos se resiste. // Por escapar de los robustos brazos, / de un empellón, cual víctima inmolada, / rueda el cántaro al fin hecho pedazos. // Queda atónito él, ella pasmada; / mas pasa el susto y vuelven los abrazos / tras una estrepitosa carcajada…”; “En tus sedas, frufrúes tentadores / hablan de amor con misterioso acento; / de tu corpiño azul, brota opulento / tu blanco busto como un haz de flores. // En tus ojos, eróticos fulgores // se agitan con extraño movimiento, / y en tu ventana el vagaroso viento / lascivo entona su canción de amores. // En el cristal bohemio se consume / sutil esencia y mezcla su perfume / con el perfume lánguido que exhalas, // y en propicio rincón de la arboleda /–vencido mármol—se desploma Leda / bajo un cisne de opresoras alas.”; “Como al polo el imán va mi deseo / en pos de ti con insistencia loca, / y sueño con las mieles de tu boca / y en todos tus encantos me recreo. // ¡Ah! pero sé que es humo y devaneo / toda ilusión cuando se alcanza y toca, / y aunque eres onda que a besar provoca, / al llegar a tus linfas titubeo. // Todo mi ser al tuyo se convierte; / mas tiemblo al sospechar que al poseerte / destruye la pasión que me avasalla… // ¡Ah, si pudiera eternizar la vida / de una frase de amor interrumpida, / y el espasmo de un beso que no estalla!”.
Y hay muchos ejemplos más de este erotismo inocente pero impetuoso del poeta que se quitaba piadoso las sandalias por no herir las piedras del camino.

En los diarios, sobre todo los literarios, se exponen aspectos demasiado personales; así, se entiende el entusiasmo de Alfonso Reyes al admirar piernas femeninas expuestas con tanto desenfado, como la girl del barco; pero unos días más tarde le escribe a Julio Torri: “Julio, las muchachas yanquis (tú ya lo sabes, profesor de cursos de verano) usan las medias enrolladas debajo de las rodillas, y en todos los deportes enseñan los muslos desnudos. Cuando, en Holiday, de Waldo Frank, Virginia Hade le ofrece al negro Cloud cambiar navajas, como lleva la suya en la media, se levanta las faldas y deja ver las rodillas blancas. Final: linchamiento del negro.” Jaime García Terrés, indiscreto, cuenta que Torri usaba su biblioteca privada para presumirla a sus arrobadas alumnas, a quienes se las mostraba en privado. Y no son ellos los más seducidos por el erotismo en la literatura.

Es un vicio detestable que cunde no sólo en las publicaciones periódicas, sino en muchos libros aparentemente serios, hablar de “planes para el futuro”; una redundancia que se cuela hasta en las mejores páginas de buenos escritores; en realidad, el único que hace planes para el pasado es Dèjá Lu.