lunes, 30 de noviembre de 2009

Quizás, quizá, quizás (y Pacheco)

“Siempre que te pregunto que cómo cuándo y dónde”, se lamenta Oswaldo Farrés de que de la mujer, si no indecisa cuando menos rejega, sólo obtiene como respuesta “quizás, quizá, quizás”.
Esa indecisión no sólo es erótica y sensual; digo que erótica y sensual porque no hay duda de la intención de las preguntas, sobre todo porque el reclamo posterior es aún más enfático: “estás perdiendo el tiempo pensando, pensando”, y llega hasta la súplica, aunque arrogante: “por lo que tú más quieras, ¿hasta cuándo, hasta cuándo”; y ante la insistencia, la coprotagonista de ésta, una de las más hermosas canciones de Farrés, extraordinario compositor, es siempre la misma: “quizás, quizá, quizás”.
La indecisión también es gramatical: la protagonista no se decide no sólo a rechazar o aceptar los requerimientos que con tanta ansiedad, aunque también con elegancia, le plantea el protagonista; tampoco se decide a decir “quizá” o “quizás”; eso se escucha con precisión en las grabaciones de esta canción, sobre todo de quienes la hicieron popular en México, el Trío Los Panchos; tanto Hernando Avilés, el más afamado de las primeras voces que tuvo el conjunto, pronuncia “quizás, quizá, quizás”, lo mismo que Enrique Cáceres.
Más autorizada en la materia, Silvia Pinal comete la misma indecisión; en una fecha en que Pedro Vargas se ausentó del Estudio Raleigh de Pedro Vargas por cometer una gira en Centro y Suramérica, fungió como anfitriona suplente, y cantó con los invitados Los Panchos, quienes tenían por entonces a Cáceres como primera voz; por desgracia no hay grabación, pero sí filmación, y se puede ver y escuchar en youtube; la versión es espléndida, porque aunque la pieza no requiere de una gran voz para su interpretación, sí se presta para descuadrarse; Pinal tenía entonces la etiqueta de vedette, porque podía cantar, bailar y actuar; de manera malvada podría decirse que quien mucho abarca poco aprieta, pero Pinal bailaba bien, y como muestra pueden recordarse unas piezas que bailó con Sergio Corona: “Yes, sir, that’s my babe” y “Muchacha”; la primera puede verse en youtube, no así la segunda, lo que es una lástima, porque ambos bailaban muy bien y, sin grandes voces, cantaban de manera adecuada.
En “Quizás, quizás, quizás”, Cáceres se queda opacado ante el brillo de Pinal, quien con una voz clara y transparente, canta muy entonada, muy cuadrada y muy pícara, “quizás, quizá, quizás”.
Aprovechando, pueden oírse otras versiones: una muy mala de Nat King Cole, como casi todas las suyas: “quizás, quizás, quizás”; pero no hay que tomarlo en cuenta, porque dice “y yo desesperado”, cuando la letra original dice “y yo desesperando”, una licencia porque el gerundio no va acompañado de verbo, pero si no, complicaría el siguiente verso: “y yo desesperando”, una licencia más válida aún.
Una excelente versión de Ibrahim Ferrer y Omara Portuondo presenta más complicaciones, porque mientras él dice “quizá, quizá, quizá”, ella responde “quizás, quizás, quizás”; hasta en eso hay desacuerdo; Salvador del Río pronuncia con claridad “quizás, quizás, quizás”; Johnny Albino y Hernando Avilés, otras destacadas voces de Los Panchos también pronuncian “quizás”, pero no son tan convincentes, y en ocasiones quieren omitir la “s” problemática.
En el Gran Cancionero Mexicano no se incluye esta excelente canción; será porque Oswaldo Farrés no es mexicano, aunque en cuestión de canciones, Farrés, así como Rafael Hernández, es más mexicano que otra cosa; pero en fin. En el Cancionero popular mexicano, de los cuidadosos Mario Kuri-Aldana y Vicente Mendoza Martínez, sí está incluida, y sorpresivamente como “Quizá, quizá, quizá”, y también en la letra es claro: “y tú, tú contestando quizá, quizá, quizá”.
La duda (gramatical) se extiende hasta los diccionarios: el de la Real Academia da preferencia a “quizá”, pero valida “quizás”, sin más argumento, para esa preferencia, que la etimológica: “quién sabe”.
El Panhispánico de Dudas es genial: “por analogía con otros adverbios acabados en –s, se creó la forma quizás, igualmente válida”. Seco no ayuda a salir de dudas: “Es tan correcto decir quizás como quizá. Pero los escritores prefieren en general esta última forma, que es la etimológica”, y en su más reciente Diccionario del español actual se atreve a decir que quizás es más raro (esto lo veremos más adelante).
Más claro y preciso, como siempre, Corripio puntualiza: “Eufónicamente se usa quizás cuando la palabra que sigue comienza con vocal”.
La duda (gramatical) me asalta desde hace mucho, pero se vuelve a hacer presente con la lectura de El hombre inquieto, de Henning Mankell, el escritor sueco autor de una saga de más de diez títulos sobre Kurt Wallander, detective; en ninguno de las veces en que aparece la palabra hay equivocación, y me atrevo a decir que es el primer libro que leo desde hace muchos meses en que no hay error.
Pero ojo: el error ¿es de los autores o de los editores?

En el caso de los compositores cabría indulgencia; el Gran cancionero mexicano uno se topa con graves errores de puntuación y, a veces, ortográficos; el libro está sacado de los archivos de Derechos de Autor, que es como lo entregaron los compositores; pero ellos muestran su talento de manera intuitiva, con sensibilidad y, en la antigüedad, con habilidad para la rima, la acentuación, el ritmo; los escritores tampoco tienen la obligación de saber gramática, aunque moralmente deberían estar obligados, porque muchos lectores se guían por ellos; hay un autor reputado que se niega a que se le corrijan sus errores con el pretexto de que los usan también algunos de sus ídolos.
Oswaldo Farrés usó bien el quizá; sus intérpretes, casi todos, lo usan mal; es fácil explicarse por qué: suena mejor "quizás, quizás, quizás", pero por la pausa que hacen al cantar; si fuera en prosa se oiría fatal. No es lo que piensan la mayoría de los editores, que cuando mucho unifican, pero con la consecuencia que unas veces está bien y otras mal, y en este caso no es como en el del reloj descompuesto, que cuando menos dos veces al día da la hora exacta.
La maestría de los escritores no consiste en la absoluta corrección, pero debería de preocuparles. No es cosa, ahorita, de revisar a todos los autores importantes; y tampoco es para hablar mal de los muertos: estoy releyendo a uno de nuestros escritores más exigentes, prodigioso en su escritura, magistral en sus enfoques, pero escribe quizá y quizás exactamente al revés de como debiera. Y sí es de felicitar al editor que se encargó de que la edición de El hombre inquieto, en una Tusquets que no ha sido muy rigurosa (tal vez por ser demasiado respetuosa) con el uso de una palabra que ni nos detenemos en pensar cómo escribirla.

Este año, que no debería contar, ha traído malas y muy malas noticias, en lo social, en lo político y en lo personal; lo malo es que todavía no acaba, y urge que ya empiece otro; sin embargo nos ha dejado una noticia excelente: el reconocimiento mundial a José Emilio Pacheco (¿cómo les quedó el ojo a los que hace más o menos un año se dedicaron a atacarlo por su sencillez –aparente; ni siquiera saben leerlo–, por su claridad? ¿Y al otro tonto que perdió la oportunidad de callarse?) El Reina Sofía y el Cervantes, que debería haberlos recibido hace tiempo, por desgracia sólo reconocen al gran escritor que es desde hace mucho, y al que leemos con limitaciones, incapaces de reconocer todo lo que es, lo que explora, los lazos que hay en cada una de sus líneas y que lo hacen un escritor total, el único que ha logrado hacer de su obra, en todas sus formas, una obra única y total. Debería de haber un premio que reconociera, además del gran escritor que es, al ser humano excepcional, íntegro, generoso y, además, sencillo. Gustavo Sainz concluye una de sus autobiografías con una frase de Stevenson (que no he logrado ubicar): ¿de qué puede estar orgulloso un hombre si no está orgulloso de sus amigos? Pacheco nos hace sentir orgullosos muchas veces, no sólo hoy.

Termino con un anuncio; desde ayer está a la venta, en el estand de la ADABI en la FIL de Guadalajara, El beisbol y México, que escribí al alimón con Diego Mejía Eguiluz; se debe a la generosidad de Stella González Cicero y de Salvador González Vilchis (con quien ya tenemos una deuda enorme). Con esas páginas, pagamos tributo a nuestra gran pasión (confesable): el beisbol, pero visto desde una óptica diferente. La semana entrante, ya en la ciudad de México.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Complicados, los Beatles

En las listas de los mejores discos de rock, los expertos consideran entre los diez primeros tanto Sargento Pimienta como Revolver; la reedición de los discos remasterizados del conjunto deja ver lo poco que se valoró Viaje mágico y misterioso; yo, por darle importancia a “I am the walrus” no puse la debida atención a canciones como “Your mother should know”, prodigio de instrumentación tanto de Lennon como de McCartney, y el uso de la tabla, que le da un sonido extraño en una pieza aparentemente fácil, con sabor de los años treinta, pero mucho más compleja de lo que parece.
Cuando apareció este disco fue en una extraña presentación: dos extender play, tanto en monaural como en estereofónico; en Estados Unidos, y en México, salió en disco de larga duración, y en el segundo lado tenía piezas no tan uniformes como el primer lado; pero esa carencia de uniformidad se debe a que pertenecían a distintos proyectos originales: “Penny Lane” y “Strawberry Fields Forever” estaban considerados para Sargento Pimienta, y "Baby you’re a rich man" iba a entrar en Sargento Pimienta II, que nunca se realizó, entre otras cosas, debido a la muerte de Brian Epstein, el manager que los dio a conocer, que patrocinó a otros muchos conjuntos, se hizo millonario a costa de ellos, y falleció de una sobredosis, lo que hizo que cambiara el destino de Beatles, comenzaran las pugnas, se vieran metidos en proyectos que causaron problemas, metieron su cuchara el licenciado Eastman, padre de Linda y suegro de Paul, y el licenciado Allan Klein, recomendado por Mick Jagger no se sabe si en venganza de algo, pero entre ambos fueron responsables de ratos amargos y de discos no tan satisfactorios (para ellos; sí para el público).
Ese lado B comienza con una pieza poco valorada: “Hello goodbye”, que ya vimos que usaron Bugs y Lucas para burlarse de las pugnas entre Lennon y McCartney; pero la pieza es excelente, con un duelo de guitarras entre John y George, una de las mejores interpretaciones de Paul al bajo, quien agrega un piano bastante espectacular, y percusiones que complementan las de Ringo; los nuevos discos hacen escuchar que la pieza carece de sencillez musical, y la letra también es todo menos simple: las contradicciones, los diálogos complementarios, que parecen sacados de Romeo y Julieta, aunque con un sentido del humor poco complaciente; para agregarle sabor, un par de violas, tocadas por Ken Essex y Leo Birnbaum, atraviesan toda la pieza, de manera independiente a los demás instrumentos, pero crean una atmósfera diferente. Durante las primeras sesiones de grabación la pieza se llamó “Hello hello”; es frecuente la historia de las piezas que comenzaron sin nombre, o con un nombre salido de la letra, y al final se le bautizaba de manera diferente; el caso más famoso es “Yesterday”, que en las primeras sesiones se llamó “Huevos revueltos”, hasta que Paul agregó la letra; como se sabe, en esa pieza no intervino nadie más que Paul con músicos de estudio.
“Strawberry Fields Forever” es posiblemente la pieza más compleja de todo el repertorio del conjunto, porque está formada por dos versiones diferentes, con distintos tiempos y ritmos, y en distintos tonos; George Martin, excelente técnico, tuvo que acelerar la primera parte, y hacer más lenta la segunda para que tuvieran más o menos el mismo ritmo y el mismo tono. Hay mensajes secretos, de los que hablaremos después en extenso; en esta canción uno es inocente: después de la primera vez que se escucha el verso “let me take you down…” hay mensaje en clave Morse, que forman las letras J y L; en cambio, al final, se escucha un verso que causó toda una revolución: “cranberry sauce”, que no significa nada dentro del contexto de la pieza, pero que muchos confundieron con otra frase: “I buried Paul”; “sepulté a Paul”, que desató la polémica desde el 12 de octubre de 1969 sobre la supuesta muerte de Paul.
Además de dos requintos, hay un clavicémbalo, piano, percusiones por Mal Evans, trompeta por Phillip Jones (de la Orquesta Filarmónica de Londres), y dos chelos y dos cornos; la letra, ya lo dijimos, es tan compleja que se han hecho demasiadas interpretaciones para tratar de entenderla, pero una clave está en la propia letra: “nothing is real”.
En “Penny Lane” hay dos invitados: David Mason y Phillip Jones, ambos con trompetas; además, George Martin toca un persistente piano, que se agrega a otro de Lennon, y que mantienen un duelo bastante atractivo con el contrabajo, el bajo eléctrico y una flauta, todo por Paul, además de una campana de bombero que toca Harrison, no tan insistente como en “Everyboy got something to hide…” del disco blanco.
Aunque la canción tiene la misma atmósfera melancólica de “Strawberry Fields Forever”, no es tan compleja ni tan melodramática, pero la sencillez no le quita belleza a la pieza, aunque el verso “very strange” le queda mejor a “Strawberry…”.
“Baby you’re a rich man”, como otras muchas otras canciones de Beatles, está formada por dos canciones; la primera de la que se tuvo noticia fue “A day in the life”, que tenía inserta a la mitad una breve pieza de Paul, la que contiene el verso “wake up, fell out the bed…”, y que vuelve a dar paso a la otra canción.
En “Baby…” se mezclan “One of the beautiful people” y “Baby…”; la primera es de Lennon, la segunda de Paul, y así las cantan, por separado, aunque Lennon se suma al coro integrado por Paul y George en la segunda pieza; hay un duelo bastante interesante y muy alegre entre dos pianos y el bajo (los pianos, por Lennon y McCartney), y un clavioline, instrumento de teclado que suena a flauta; la letra de Lennon es bastante agresiva y recuerda aquella frase de “los que están en los palcos pueden hacer sonar sus joyas”, que le fue tan criticada; podrían haberlo incluido entre los “radical chic”; más bien le dijeron “revolucionario millonario”.
El lado B, y el disco, cierra con “All you need is love”; también tiene su historia; se estrenó en cadena mundial cuando se puso en funcionamiento el Pájaro Madrugador (México, en cambio, presentó un espectáculo de Tony Aguilar con sus caballos); pero aunque todo mundo los vio tocar, la instrumentación es diferente; Lennon toca un harpicordio, Paul bajo eléctrico y bajo acústico; Harrison violín y requinto, Ringo la batería, y George Martin el piano; además, hubo una pequeña orquesta de 13 miembros, con cuatro violines, dos chelos, dos trompetas, dos trombones, dos saxofones y un acordeón; varios días antes del estreno hicieron diversas tomas, una incluso con banjo, que no se usó; el 24 de junio de 1967, un día antes de la transmisión mundial, grabaron la sección rítmica; hubo varios invitados que cantaron el coro, entre ellos Mick Jagger, su chava Marianne Faithfull, Keith Richard (todos relacionados con Rolling Stones), más Gary Broker, de Procul Harem, Eric Clapton, Graham Nash, Mike McCartney, Jane Asher (la novia de Paul), Pattie Boyd, Gary Leeds, Hunter Davis (biógrafo oficial de Beatles) y Keith Moon, baterista de Who, gran cuate de Ringo y compadre de Lennon en su long lost weekend. Mientras coreaban, desfilaban con carteles alusivos al título de la canción; en México Los Yaquis copiaron la canción y el desfile de los cuates con carteles alusivos.
Ya se sabe que en la instrumentación hay varios homenajes, entre otros a La Marsellesa, “Serenata a la luz de la luna”, la extraordinaria “In the mood” (hay que oír la versión de Jamiroquai, casi tan buena como la de Louis Armstrong), y, fuera de tono, “She loves you”, cantada no por Paul, sino por John.
La pieza se ha oído mucho; sólo hay que decir que es completamente distinta a la que se escuchó el 25 de junio de 1967, y también diferente a la que está incluida en Submarino amarillo. La versión original duraba seis minutos; ésta dura 3:57, y menos aún la otra versión conocida.
Cuando el disco apareció, ellos ya estaban preparando otra de sus obras maestras: The Beatles.

martes, 10 de noviembre de 2009

Los otros Beatles


No termina uno de aceptar las nuevas versiones de los discos de Beatles, cuando aparecen o reaparecen otras grabaciones que hacen que uno se tarde en adaptarse y escucharlos con la debida atención, sin excederse en el entusiasmo ni pretender que cada diferencia con los discos conocidos es un acierto o un descubrimiento, puesto que ya estaban, de muchas maneras, en las distintas colecciones que han ido apareciendo en discos compactos, y que los primeros fanáticos del conjunto tuvieron a bien ir atesorando.
No me refiero a las versiones remasterizadas de los discos estereofónicos y de los monaurales, raros aún y que se supone aparecieron en una edición limitada, que llegaron unos cuantos a México, y que ya no se reeditarán, y que menos aún se venderán sueltos como ya están vendiéndose los estereofónicos.
En una de las muchas entrevistas que le hicieron a Lennon y que se han publicado en forma de libro, habló de un excelente disco pirata, Beatles in Italy; aunque lo desmintieron y dijeron que se trataba de una recopilación, lo cierto es que no está incluido ni en las más exhaustivas discografías, como la de Jeff Russell y aunque está en All Together Now, de Castleman y Podrazik, se niega que sea pirata; está mencionado, sin ningún comentario pero sí con fotografía, en Beatles Forever, de Schaffner; está editado por EMI-Parlaphone en 1965, y contiene, Parte prima, “Long Tall Sally”, “She’s a Woman”, “Matchbox”; “From Me to You”, “I Want to Hold Your Hand” y “Ticket to Ride”; Parte Seconda, “This Boy”, “Slow Down”; “I Call Your Name”, “Thank You Girl”, “Yes it Is” y “I Feel Fine”; una rara antología, como muchas hay en diferentes países que no se arriesgaban a publicar los discos originales, sino una selección. Lo curioso es que utilizando las mismas pistas de las versiones originales, está mucho mejor grabado, se escuchan sonidos que están escondidos, muy escondidos, en los discos ingleses, estadounidenses o australianos, que por cierto estaban, en acetato, mucho mejor grabados que los ingleses y aún más que los gringos.
Y aprovechando el resurgimiento de la beatlemanía ocasionada por el lanzamiento de los remasterizados, aparece en compacto por primera vez The Baroque Beatles Book; es un disco realizado por Joshua Rifkin, el músico que resucitó el ragtime, la música de Scott Joplin que se puso de moda con la cinta de George Roy Hill, The Sting, con Paul Newman y Robert Redford.
Rifkin, nacido apenas un año después que George Harrison, es un especialista en Bach, director de orquesta, y apasionado de los juegos musicales; realizó en 1965 o 1966 el Baroque Beatles Book, y fue utilizado por los fanáticos del conjunto para demostrar a los viejos que amargados toditos están; en la portada dibujó a tres músicos de los siglos XVII o XVIII, que no son pero que parecen Bach, Hayden y Handel, uno de ellos con una playera en la que se lee “I Like Beatles” con una fotografía parecida a la promocional de A Hard Day’s Night; otro tiene en la mano una partitura en la que alcanza a leerse “I Want to Hold Your Hand”; el disco lo lanzó Elektra Records, la que comercializaba los discos de The Doors; la portada es un dibujo de Roger Hane, y el diseño de William S. Harvey; la leyenda dice que el disco fue redescubierto y editado por Joshua Rifkin, quien dirige el Baroque Ensemble del Merseyside Kammermusikgesellschaft, e interpretan “The Royale Beatleworks Musicke, MBE 1963”; “Epstein Variations, MBE 69ª”, la cantata “Last Night I Said, para el tercer sábado después del Shea Stadium, MBE 58,000”, el “Trío sonata: Das Kaferlein, MBE 004¼”.
Todas las piezas contienen mezclas de canciones muy populares de Beatles, pero con el arreglo evocan a Telemann, Vivaldi, Bach; la única que no puede disimular es “You’ve Got to Hide your Love Away”; por desgracia, está casi al principio del disco, entonces uno no podía seguir engañando a los padres de los amigos que se portaban reacios a admitir a los Beatles.
¿Por qué los productores tardaron tanto en lanzar los remasterizados cuando ya The Beatles in Italy se escuchaba con nitidez y calidad? Parece el mismo ejemplo de las medias irrompibles, que no se lanzan al mercado porque aun cuando sean caras –dice la leyenda– resultan más baratas que las muy baratas que se rompen o se deshilan a la tercera o cuarta puesta, según la rudeza del acompañante. O, como se dice, que no ponen a la venta medicamentos contra enfermedades aparentemente incurables, porque si la gente se cura, a quiénes le venden.

Hay otros Beatles; no me refiero a Klaatu, el excelente conjunto al que la propaganda quiso lanzar como unos beatles enmascarados, por algunas coincidencias: el robot que aparece en El día que se paralizó la Tierra (“Klaatu barada nictu”) es el que sale en la portada del cuarto disco de Ringo, Goodnight Viena; pero hay más detalles: Klaatu, quien en la cinta viene a advertirnos que si seguimos con los experimentos nucleares vamos a terminar destrozando el planeta, cuando le preguntan que de dónde procede, dice que “de Venus y Marte”, y como McCartney tiene un disco que se llama así, los enterados afirmaron que era otra pista; para acabarla, al terminar un concierto en Boston, por las fechas en que apareció el disco Klaatu, McCartney dijo “los veré cuando la Tierra se paralice”; en la portada interior de 33⅓, de Harrison, aparece un sol similar al que aparece en la portada de Klaatu; más alguna referencia más jalada de los pelos, como la afirmación de Lennon de que el 29 de agosto de 1974 había visto un ovni, para muchos fue otra referencia a Klaatu, el disco, donde se mencionan ovnis, además de que había referencias musicales.
Tampoco me refiero al desconcertante crédito estelar a “The Misteriuos Karsten” al órgano, en el soundtrack de Popeye, grabado por un conjunto formado por Ray Cooper, Doug Dillard, Harry Nilsson, Van Dyke Parks y Klaus Voorman, casi todos ellos, menos el muy serio Cooper, compañeros de parranda de Lennon en su “long lost weekend”.
En realidad me refiero a un excelente disco, Bugs & Friends Sing The Beatles, en donde parece que Bugs Bunny, el Pato Lucas, Elmer Gruñón y el Demonio de Tasmania forman un conjunto donde cantan una decena de canciones de Beatles, más la aparición de dos estrellas invitada, el Correcaminos, y de Sam Bigotes, para canciones específicas.
Puede parecer un chiste, sobre todo porque el cuaderno de notas que acompaña al disco tiene unas referencias muy divertidas, tantas como las incluidas en All you need is cash, brutal parodia de Beatles en la que participan Paul Simon, Mick Jagger y el propio George Harrison.
En el disco de Bugs y amigos aprovechan algunos títulos, como "My Bonnie lies over the ocean" para convertirla en "My Bunny…"; hacen referencia a Ducko OhNo, quien creó una atmósfera incómoda entre Bugs y Daffy (Lucas) que se convirtió en un mal “instant karma”, y otras bromas por el estilo.
Lo mejor son las canciones; con un humor muy parecido al de Lennon, distorsionan sin respeto pero sin irreverencia, tal como el mismo Lennon hizo en sus canciones, cuando hacía referencia a otras piezas suyas, o de Harrison, o de Paul, con mala leche o como homenaje; algunas, parecen reverencia, como “it’s gettin’ better (all the time)” en Mind Game, pero otra terrible es “lo único que hiciste fue ayer, y desde entonces vives en otro día”, en Imagine.
Bugs y Taz, en cambio, parecen repetir, en “Penny Lane”, las palabras atribuidas a Ringo acerca de “Strawberry Fields Forever” (hay algunas canciones nuestras que no entiendo bien de qué tratan): luego de un verso enigmático, enfatizan en “very strange!”, y en otras parecen actuar en algunas de sus caricaturas: por ejemplo, en “Help!” Sam Bigotes cae en las trampas que le ponen Lucas y Bugs, o en “Can’t Buy Me Love” hacen comentarios mordaces muy parecidos a los que hacían Lennon y Harrison en las canciones de McCartney; por ejemplo, al referirse a las cosas que el dinero no puede comprar, Bugs pide que le mencione al menos una.
Como se sabe, las caricaturas de Bugs y sus amigos, creadas por diferentes artistas y cuyos cortos fueron dirigidos esencialmente por Chuck Jones pero donde hay participación del excelente Frank Tashlin, tuvieron la voz de Mel Blanc, quien falleció hace unos pocos meses; en el disco, que está dedicado a Blanc, las voces las prestan Mendi Segal (Bugs), Jeo Alaskey (Lucas y Sam), Jim Meskimen (Elmer) y Jim Cumming (Taz), y algunos invitados (el conjunto lo integran Geoff Levin en guitarra y teclados; Chris Many en teclados; Jim Grinta a la trompeta; Ian Seeberg en la flauta; Tony Morales en la batería, David Campbell en la viola, y Dick Bright con cuerdas). Una de las invitadas (¿Kathleen Helppie?) sostiene un diálogo con Bugs en "Penny Lane" que me hizo pensar que la intervención de Shakespeare en “I am the Walrus” no fue la primera, ni obviamente la última.
Luego de la desconcertante afirmación de Lennon de que odiaba a Shakespeare, es de llamar la atención la fotografía que los muestra en una representación, que debe haber sido muy divertida, de Sueño de una noche de verano, que no reproduzco por cuestiones de ©, pero que aparece en Beatles Forever.
En “Hello goodbye”, Bugs y Lucas hacen una parodia de los pleitos que comenzaron a tener Lennon y McCartney en los últimos años y los últimos discos, que se extendió al famoso “Too many people”, de McCartney que fue contestado con fiereza por Lennon en “I’m the Greatest” y en “How do you slep?”; pero bien vista, la canción original habla de un intercambio de ideas entre dos personas con muy distintos puntos de vista, pero que en lo general estaban de acuerdo.
En la versión de Bugs and Friends, ese diálogo lo trasladan a "Penny Lane", donde describen una atmósfera desolada, donde se queja Bugs de que no haya campos de zanahoria, sólo de fresas, irrumpe Julieta con el comienzo del extraordinario diálogo del balcón, donde ella dice cosas excelentes, intensas, y el pazguato de Romeo apenas alcanza a reaccionar. En esta versión ella se queja de las interrupciones, del poco entendimiento, de que no la dejan terminar sus ideas; sin embargo, todas sus palabras están tomadas de Romeo y Julieta.
Hay que revisar canciones, tanto en letras como en la música, para saber exactamente cuál es su origen, porque no eran, como afirmó McCartney alguna vez, “tontas canciones de amor”.

martes, 3 de noviembre de 2009

García Márquez, descortesías y perversiones

Acaba de aparecer un libro desconcertante, Gabriel García Márquez. Una vida, de Gerald Martin (Editorial Debate); desconcertante porque es una biografía del novelista colombiano que hace unos pocos años puso en circulación el primero de tres tomos de su autobiografía, Vivir para contarla. Es desconcertante que García Márquez haya colaborado con su biógrafo para permitir una biografía autorizada (le llamen como le llamen) si él está escribiendo la versión más real de su propia vida.
Parece una broma típica de García Márquez, quien en una ocasión en una de las muchas notas extraordinarias que publicaba en los años ochenta en varias revistas, Proceso una de ellas, contó que pidió opinión a sus hijos sobre un libro que pretendía escribir sobre el amor entre ancianos; uno de los hijos le espetó: espérate dos años para saber cómo es (cito, no reproduzco); con este libro de Martin parecería que García Márquez quiere ver en vida lo que se escribiría cuando hubiere fallecido.
Y es que parece un despropósito que alguien pregunte a otros lo que García Márquez sabe bastante: lo que ha vivido y lo que ha leído. Es un despropósito porque ningún biógrafo va a escribir mejor que García Márquez, un narrador supremo, que maneja el lenguaje y la imaginación como muy pocos; ya sé que es difícil juzgar a los contemporáneos, y menos cuando tienen una estatura como la de él, y que se tiende a exagerar sus cualidades, o a denostarlas. En un libro contemporáneo a Cien años de soledad, Luis Guillermo Piazza definía “genial”: “el producto de alguien a quien podemos saludar”. También puede ser lo contrario: que denostemos a quien merecería mayor reconocimiento.
En ese libro, La mafia, Luis Guillermo Piazza describe con pocas palabras a un García Márquez burlón, ingenioso, divertido, dispuesto a evadir a quien lo acechara y ágil para las respuestas deslumbrantes ante preguntas impertinentes. Pero Piazza no se suma a los panegiristas y lo define con unas palabras que hoy parecen irreverentes: un "novelista colombiano folklorizante”.
Es difícil digerir de una sola lectura el libro de Martin, ni pretendo leerlo con premura, entre otras cosas porque a primera vista carece del poder narrativo de García Márquez; pero en lo leído hay algunas cuestiones que me parece debo destacar. Desde las primeras entrevistas que concedió García Márquez después del éxito instantáneo de Cien años de soledad difundió versiones diferentes, a cada periodista le decía historias distintas, totalmente contradictorias. Mario Vargas Llosa, en Historia de un deicidio, cuenta que en un viaje en avión entraron en una turbulencia, y que semanas después leyó que, en lo más dramático del momento, Vargas Llosa lo tomó de las solapas y que le exigió, en esos momentos cercanos al desastre aéreo, que le dijera su verdadera opinión de Zona sagrada, novela entonces recién aparecida de Carlos Fuentes (y mal valorada, como muchas de las suyas). García Márquez parece mitómano; mitómano consciente, pero mitómano.
No lo parece en Vivir para contarla; todas las páginas suenan a sinceridad, incluso cuando se delata; en cambio, algunas de las páginas de Martin nos pintan un García Márquez distinto del que conocemos (lo conozcamos o no), a pesar de que el autor sabe de la tendencia de García Márquez a deformar la realidad.
Y en las páginas que narran su estancia en México hay dos cuestiones que nos saltan: la primera, que ese García Márquez de los años sesenta y hasta poco después de la aparición de Cien años de soledad, está tenso, insatisfecho; lo que narran quienes lo conocieron, quienes convivieron con él, nos pintan a un García Márquez totalmente distinto del que describe Martin: divertido, sobre todo. Puede que insatisfecho con los resultados de sus guiones cinematográficos, puede que preocupado por la carencia de dinero, puede que tenso mientras escribía Cien años de soledad, pero no el “tenso” que aparece en su biografía oficial.
Otro detalle que llama la atención, no por comisión sino por omisión; es cierto que se habla de la generosidad de Carlos Fuentes, quien fue determinante en el afianzamiento de García Márquez en México, y con quien colaboró en dos de las tres cintas más importantes basadas en textos del colombiano: Tiempo de morir (sólo hay que ver el guión, publicado en aquellos días en la Revista de Bellas Artes para ver todo lo que hay de Fuentes, y que enriquece al argumento) y El gallo de oro, además de que lo presentaba en todos lados, y el aval que dio a Cien años de soledad antes siquiera de que la terminara.
Pero en todo el libro (me falta mucho por leer para terminarlo, pero puede consultarse el índice onomástico) no hay una sola mención a Sergio Galindo, a José Emilio Pacheco ni a Raúl Renán; sin ellos no hubiera podido trabajar ni vivir en México; es increíble que alguien con su memoria olvide a quienes debe tanto. O es desmemoria o es ingratitud. Claro, no es el único escritor ingrato. Sólo que los otros son muy menores.

Hay otro asunto que concierne a García Márquez; ante el anuncio de que se filmaría una de sus novelas, Memorias de mis putas tristes, se le quiso vincular con pederastas; la novela no trata de pederastas, porque el personaje, como los personajes del cuento que deliberadamente se plancha (aunque si no lo hubiera divulgado ni sus detractores ni sus panegiristas se hubieran percatado), no tienen relaciones con las jóvenes con quienes duermen; las contratan para que duerman en sus brazos (en el relato de Kawabata incluso les dan somníferos) y las contemplen, sin abusar de ellas, ni siquiera tocarlas.
Quienes lo atacaron, y dijeron que el arte no puede ser pretexto para hacer una apología de la pederastia, no sólo no tomaron en cuenta un sinfín de obras literarias en que un hombre mayor, incluso un viejo, se enamora de una mujer demasiado joven para él; lo peor es que tampoco tomaron en cuenta otras obras de García Márquez, algunas tan evidentes como La triste historia de la cándida Eréndira y su desalmada abuela; en Crónica de una muerte anunciada, tras la anécdota principal (planchada, según dijo el propio García Márquez, de Los idus de marzo, de Thorton Wilder), hay una pareja en un baile: el adolescente García Márquez con la niña Mercedes; si la historia es real, es lo de menos, pero García Márquez aprovechó para contar lo que ahora Martin relata: que cuando GGM conoció a Mercedes él tenía 14 años y ella nueve; un matrimonio que se lleve cinco años de diferencia no escandaliza a nadie, pero cuando esos cinco años de diferencia es entre uno de 14 y una de nueve, movería a preocupación a las buenas conciencias, a las que atacaba con ferocidad Faulkner.
(No es el único caso: uno de los mayores escritores mexicanos conoció a su esposa cuando ella entró a la primaria y él estaba saliendo, y la “acosó” hasta que ella, ya en edad de tomar decisiones, aceptó casarse con él.)
Tampoco se fijaron que en Cien años de soledad hay algunas situaciones que escandalizarían a quienes se escandalizan con facilidad: el adolescente José Arcadio va con una gitana muy joven, “casi una niña”, mientras el pueblo se entretiene con un espectáculo circense; la gitana, sin proponérselo, mira a José Arcadio y exclama: “que Dios te la conserve”.; y otra más delirante aún: el coronel Aureliano Buendía pide en matrimonio a Remedios Moscote, y el padre de ella dice que no tiene sentido, que tiene “seis hijas más, todas solteras y en edad de merecer, que estarían encantadas de ser esposas dignísimas de caballeros serios y trabajadores como su hijo [de José Arcadio Buendía], y Aurelito pone sus ojos precisamente en la única que todavía se orina en la cama”; después, se sabe que el matrimonio es imposible, por entonces, porque Remedios era impúber. Después, avisan que la niña despertó un día con una mancha en la sábana: ya podía casarse; sin embargo, se dice que “la pequeña Remedios llegó a la pubertad antes de superar los hábitos de la infancia”.
¿Hay razón para hablar de apología de la pederastia? Claro que no. Hablemos de Mario Vargas Llosa con sus dos libros de posible pederastia: El elogio de la madrastra y Los cuadernos de don Rodrigo; ciertamente no son de lo mejor de su extraordinaria producción, pero hay otras escenas en La ciudad y los perros, La Casa Verde y Pantaleón y las visitadoras que serían censuradas si las sometieran al mismo escrutinio de Memorias de mis putas tristes. Y ojalá que no, porque entonces habría que censurar (no hay otra palabra) gran parte de la literatura universal.
Tal vez sea peor la realidad; copio un texto célebre, de una escritora muy premiada, sobre otro escritor, también laureado, aunque omito nombres:

“Insolente, nos apartábamos de él en las fiestas porque decía cosas terribles, hacía cosas horribles que luego comentábamos con terror: ‘¿A que no saben lo que hizo XX en la casa de XX?... ¡Metió a una niña al baño, allí se encerraron los dos, pero como el baño de XX no cierra con llave…!”
Citaría otros ejemplos (literarios), pero ya varios lo hicieron con suficiente energía.